Oscar Clemente Marroquín
ocmarroq@lahora.com.gt

El G4 se ha ido ganando a pulso un importante prestigio en el imaginario popular por sus actitudes críticas frente a los serios problemas que agobian al país, y no podía ser de otra manera porque compuesto, como está, por el Procurador de los Derechos Humanos, el Rector de la Universidad de San Carlos, y los jerarcas de la Iglesia Católica y de las Iglesias Evangélicas, reúne no sólo autoridad moral sino conocimientos para pronunciarse con autoridad y propiedad en esa función que pretende orientar a la ciudadanía.

Por ello esa afirmación de que el sistema perverso de corrupción está intacto, pese a las cacareadas reformas tramitadas por el Congreso en cuanto a las Compras y Contrataciones del Estado y a la Ley Electoral, tiene enorme importancia porque refleja nuestra dramática realidad. A pesar de lo que se pudo avanzar de abril a esta parte del año, gracias a las investigaciones de la CICIG y del Ministerio Público, lo que derivó en manifestaciones populares y la captura del Presidente y la Vicepresidenta de la República, en realidad nada ha cambiado porque la estructura sigue allí, facilitando que el nuestro sea un Estado cooptado por los corruptos que desde la clase política y su complicidad con empresarios dedicados a exprimir al país mediante negocios turbios.

Hasta septiembre había una sensación de victoria del bien sobre el mal, de triunfo de los anhelos de la población para librarnos de los malvados que hicieron de la política un asqueroso negocio para enriquecerse a cambio del empobrecimiento sistemático del pueblo, pero luego de las elecciones quedó en claro que no pudimos salir de quienes hicieron del Congreso un reducto de la corrupción, y que si bien se marginó a los rostros más marcados de la clase política, en el fondo no hubo la ansiada victoria sobre esas formas y comportamientos que lanzaron a la población a las calles y a ocupar las plazas en esa vigorosa gesta cívica que se prolongó por varios meses.

El espejismo de cambio tras las elecciones se ha ido diluyendo, como tenía que ser, porque en realidad no hubo ningún cambio y lo que se presenta para el futuro no es alentador. En vez de disponer de futuras autoridades comprometidas con el cambio, tenemos un equipo informe que pareciera no entender la dimensión de su desafío y, mucho menos, el sentido del mandato emanado de las urnas que, por errático que pueda parecer, sí que tuvo sustento en la idea de elegir algo nuevo para acabar con lo viejo.

Nadie puede decir que se trata de una afirmación pesimista alejada de la realidad o, menos aún, que sea producto de posturas extremistas y radicales. Hay gran autoridad moral en el G4 y su análisis de situación tiene que ser tomado en cuenta con una mentalidad de responsabilidad ciudadana, porque lo que no podemos aceptar es el conformismo de que los pícaros tienen que ganar siempre, ni tolerar la complicidad de los babosos que creyeron que con parches empezaban a cambiar las cosas.

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