Por Edgar Gutiérrez
Ahora Francisco Reyes López da lecciones a domicilio sobre procedimientos administrativamente correctos. En su nota del viernes 6 de noviembre en el diario La Hora, me quiere ilustrar, con su infalible olfato que, como las serpientes, desarrolla a través de la lengua traicionera, sobre cómo hay que proceder en casos de plagio académico.
Pero él mismo ha sido un procedimiento contrariado y plagio arrepentido. Lo fue, por ejemplo, cuando encabezó el boicot del pago de impuestos para rascar la panza de sus jefes, «los cabales», en 1990. Diez años después, estando en el gobierno, se transformó falsamente en paladín de los impuestos. Pero fue él, Francisco Reyes, el responsable directo del fracaso del Pacto Fiscal, como lo explicó detalladamente en el ensayo «Interioridades del pacto fiscal» (2014). Reyes aparentó ser el operador siempre brabucón, aunque cobarde, y en apariencia radical, un «fiscalista» fariseo.
El Pacto Fiscal en 2001 era el mejor y más importante acuerdo que había alcanzado la sociedad en más de medio siglo. Después que arruinó, con sus impertinentes maneras, la mejor oportunidad de Guatemala para atender las necesidades básicas de la población, dijo que la iba a rescatar, y acabó metiendo en un soberano lío a su propio partido, el FRG. Reyes es el responsable del bochornoso escándalo conocido como Guarogate.
Así fue como «puñalito» Reyes dio la última estocada a un régimen fiscal moribundo, por el cual ahora se desgarra las vestiduras. Hay que reconocer su instinto de puñal. Le llevó diez años ese boicot. Primero desde la trinchera y después desde su silla de vice. Traicionó a todos, menos a sí mismo. Su esencia, según me confesó en 2001, es el «orejismo». Me dijo que así lo formaron y fue puesto a prueba en El Salvador: espiando y entregando a sus compañeros exiliados a inicios de los años 60. Hasta mayo pasado era sobradamente el peor vicepresidente de la historia de Guatemala. Ahora, apenas por media cabeza, quedó en segundo lugar. Le ganó Roxana Baldetti.
