Salazar Ochoa
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Hay cosas inexplicables en la vida. A mí me sorprende la cantidad de incautos que cada vez que la selección de fut se dispone a hacer el ridículo de local o donde sea, abarrotan el estadio nacional Doroteo Guamuch, se blanquiazulean la cara y con aires nacionalistas sacados saber ni dónde inflan el pecho pretendiendo hacerse pasar por los más auténticos amantes de la patria. No importa que los mediocres jueguen cada día peor, ellos están en las buenas y en las malas dicen. Mientras los periódicos y noticieros les den su atolito con el dedo, ellos se van a dar por satisfechos. Les importa poco que el futbol que ven cada fin de semana en la tele (ellos ya casi no van a los estadios) sea cada día más chafa y la filosofía del pelotazo tras pelotazo tras pelotazo sigue tan vigente como antes. Ahí podremos encontrarlos en la tienda del barrio hablando el próximo lunes por la mañana de la última jornada o bien sacrificando su hora de almuerzo para ver por unos miserables minutos el partido de la selección de sus amores en alguna vitrina de La Sexta.

Mi aversión por la selección quizá provenga de un viejo trauma adolescente que sufrí hace más de una década. Recuerdo como junto a mis entusiastas compañeros de bachillerato nos emocionamos al ingresar al estadio previo a aquel partido crucial en nuestras aspiraciones de llegar a la Copa Mundial de Alemania 2006. Los ticos eran el rival a vencer y la cosa por ese lado se veía peluda. Como casi siempre, Guatemala necesitaba una combinación de resultados. En otro partido que se jugaba simultáneamente para intentar evitar que se hiciera mano de mono, méxico (con minúscula) tenía que ganarle a Trinidad y Tobago y nosotros hacer lo que correspondía para ir a un repechaje que fijo ganábamos (digo yo). Los goles de esa noche fueron de antología. Fue como si Rivaldo, Ronaldinho Gaucho y Messi, se hubieran apoderado de los cuerpos de aquellos muchachos que en aquel entonces valían la pena. El gol de chilena del Pescado y el tiro desde fuera del área de Fredy García fueron épicos e hicieron retumbar los graderíos. Abrazos aquí y brincos allá, todo era alegría. Sin embargo méxico “inexplicablemente” llevó a una selección de juveniles que perdió en una isla caribeña que ya ni quiero mencionar. De nada sirvió el tres a uno sobre la Suiza de Centroamérica.

El CNB debería incluir un apartado dentro de estudios sociales que ayudara a comprender a las nuevas generaciones cómo el futbol ha provocado tanto dolor y sufrimiento en este país. Hay tantas cosas que se pueden hacer en ese sentido para salir de este maldito bache llamado futbol.

Para no hacérselas cansada resulta que Jack Warner (un trinitario corrupto) era el jefe de jefes de la Concacaf. Él y méjico (ahora con jota) nos hicieron el favor de aguárnosla. Ahora me siento más convencido al volver a abrir aquella vieja herida, de lo estúpido que resulta colocarse la camisola de la selección, ir al estadio apoyar a las piltrafas que tenemos de jugadores y pagar un boleto sobrevalorado. Esos pelafustanes definitivamente no me representan. ¿Y a vos?

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