María José Cabrera Cifuentes
mjcabreracifuentes@gmail.com

El próximo 25 de noviembre, y auspiciado por la Organización de las Naciones Unidas, se celebra el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia Contra la Mujer. Durante 16 días se promueven campañas que concienticen acerca de este flagelo y que pretenden encontrar soluciones para este mal que afecta al 35% de la población femenina mundial.

En múltiples ocasiones me he pronunciado en contra de este tipo de conmemoraciones pues las considero per se discriminatorias. Sin embargo, he considerado oportuno en esta ocasión sumarme a la ola naranja y pronunciarme en contra de la violencia (indistintamente de por y sobre quién sea ejercida).

En una sociedad tradicionalmente machista, en donde el papel de la mujer, aunque ahora menos que antes, se ha visto relegado, no es de extrañar que impere una tendencia a la opresión hacia las mujeres. La obligación de atender a los hombres, la idea de que existimos para complacerlos, la exigida delicadeza y debilidad que se nos han atribuido como características de nuestra naturaleza, entre otras cosas, pueden llegar a ponernos en una situación de desventaja toda vez que decidamos que así sea.

La violencia de género no distingue clase social, escolaridad, edad ni raza, todas somos vulnerables a sufrirla si no contamos con las herramientas necesarias para marcar un alto cuando esta es incipiente.

Debemos ser conscientes de que la violencia en contra de las mujeres es en gran parte ejercida por nuestra propia elección. En el caso de la violencia doméstica, el magnetismo de una relación enferma pareciera ser irresistible y la permanencia en un círculo violento la mayoría de veces inevitable. Muchas veces, esta se esconde detrás de diversas máscaras y somos nosotras precisamente quienes nos encargamos de justificarla.

Recordemos que la violencia no implica necesariamente que haya golpes o agresiones físicas. La violencia psicológica y emocional es igualmente nociva y sus consecuencias de la misma forma duraderas y destructivas. Además de eso es importante reconocer otros tipos de violencia como la económica y la sexual (que tampoco significa solamente la perpetración de una violación) así como cada una de sus manifestaciones.

La magnitud de este problema debe ser entendida en toda su complejidad, el daño causado a una mujer no destruye únicamente su vida sino que tiene un efecto extensivo a la familia y finalmente a la sociedad. Creo firmemente que en la actualidad ya muchas luchas fueron combatidas y metas conquistadas por las mujeres, y en definitiva las condiciones son hoy más que nunca tendientes al equilibrio entre hombres y mujeres. Por ello, afirmo que mucho de lo que aún falta por hacer es en el ámbito estrictamente personal y que vivir en paz o en violencia termina siendo una opción de cada una de nosotras.

La próxima semana les narraré la historia de Luna, una joven y exitosa profesional cuya vida pudo h

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