El terrorismo constituye el mal de nuestros tiempos y cada día se plantea más dura la lucha contra esa forma de agresión porque la misma se ha ido sofisticando para golpear donde más duele, es decir, en el ataque sorpresivo a personas totalmente inocentes dedicadas a sus actividades normales de cada día, en lo que se ha dado en llamar “blancos blandos” por su enorme vulnerabilidad y porque no se puede detener el quehacer diario de la gente y en su rutina es cuando son sorprendidos por los agresores.
El objetivo de estos ataques es simplemente sembrar el terror, causar miedo y alarma en la población de los países occidentales y, en el fondo, obligarlos a cambiar su estilo de vida. Ya vimos cómo por obra y gracia del terrorismo los países más libres del mundo tuvieron que empezar a espiar a sus propios habitantes, invadiendo su privacidad y robándoles la intrínseca libertad porque ahora todo lo que digan o hagan está siendo registrado por formidables maquinarias de espionaje que terminan por completo con aquella vieja libertad del individuo. Y los pueblos lo aceptan en aras de su seguridad, lo que constituye sin duda alguna el mayor cambio en forma de vivir que se haya conocido y eso, simplemente eso, es un enorme triunfo para los terroristas.
El ataque de ayer en Francia es una muestra de la brutalidad que inspira a los terroristas y su despiadada sangre fría. No seleccionan blancos por la importancia de las víctimas ni por sus acciones u omisiones. Simplemente se trata de provocar un baño de sangre para que todos sientan el terror.
Aunque nos pueda parecer muy remoto porque de momento los ataques son contra los países más industrializados que se han embarcado en la guerra contra parte del mundo islámico, la verdad es que nadie está libre de este nuevo flagelo que agobia a la humanidad. No podemos sino vaticinar que no vienen tiempos mejores porque se ha declarado hace muchos años una guerra irregular y brutal que ha cobrado ya miles de vidas. Países como el nuestro pueden ser puente para las operaciones de terrorismo y la vulnerabilidad de nuestro sistema de seguridad nos convierte en un riesgo en ese sentido y nos pone, desde luego, en riesgo a nosotros mismos.
El mundo tiene que solidarizarse con el dolor de los franceses como antes se hizo con las víctimas de los otros ataques terroristas y es preciso definir nuevas posturas a la luz de las transformaciones del terrorismo. Por lo visto la recolección masiva de datos no aporta para prevenir estas acciones y hace falta más eficiencia que significa más focalización en vez de esa masiva intromisión en la vida de los ciudadanos.