Pedro Pablo Marroquín Pérez
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El argumento, comprensible pero no por ello válido, siempre ha sido que si los impuestos se los van a robar, es mejor quedárselos o no pagarlos para que sean usados por el mismo contribuyente para atender sus necesidades, las de su familia o las de su empresa.
Y siempre hemos escuchado y dicho: “si viéramos mejor al país, si tuviéramos seguridad en serio, pagar los impuestos daría gusto en lugar de generar tanta cólera”. Y traigo esto a colación como consecuencia de la declaración de Iván Velásquez por medio de la cual sugirió la creación de un tributo para financiar la lucha contra la impunidad.
Rápido surgieron voces en contra, algunas al menos haciendo la pantomima de sugerir “alternativas” y otras que expresaban un no rotundo, pero aquí, a la vista de los resultados, el argumento de que “si se vieran los frutos de lo que se tributa, hasta se pagaría con gusto” debería de materializarse porque el trabajo de la CICIG y el MP ha sido muy bueno, aunque aún falta mucho más, incluidos los empresarios de La Línea.
Yo siempre he sostenido que da cólera pagar impuestos, porque estos sirven para que un montón de largos y sinvergüenzas se hagan millonarios, pero también he dicho que la salida no es dejar de pagar, sino usar la cólera que nos genera ese dinero que nos quitan y roban, como incentivo suficiente para jugar un mejor papel ciudadano y para incidir en los temas estructurales del sistema y del país.
Velásquez decía que es momento de pasar del discurso a la acción, en otras palabras, que una cosa era que los mismos sinvergüenzas se sumaran a la protesta en la plaza y otra que con hechos demostremos que estamos hartos de vivir bajo las reglas de los más inescrupulosos.
Debemos tener más inquilinos en las cárceles, pero debemos ir más allá y para ello es que necesitamos recursos porque esta lucha para derrotar a la impunidad y a la corrupción requiere de medios y de que cambiemos las reglas en materia de compras, de elección de jueces, de fiscalización, de servicio civil (y pactos colectivos) y de financiamiento político, entre muchos otros temas.
Habrá que conocer detalles de lo que sugiere Velásquez, pero cualquier gasto que deba hacerse en ese sentido debemos verlo como una inversión; en lugar de decir un no absoluto, debemos tener la capacidad de sentarnos con Velásquez y Thelma Aldana para definir cuáles deben ser los puntos torales de la lucha contra la corrupción, los medios para ganarla y cuánto nos costará.
El pedido de Velásquez es un llamado ante la asfixia financiera que el Estado Paralelo hace a las instituciones de justicia. Si nosotros, los ciudadanos, empoderamos con recursos a las entidades del sector justicia y se acuerdan métodos de rendición de cuentas, estaremos más y mejor amparados para enfrentar al monstruo de mil cabezas que para estos efectos es el sistema, sus actores, sus poderes ocultos y sus operadores.
Pensar en un tributo de un año puede ser una alternativa, pues podría ser tiempo suficiente para que, una vez fijada una gran agenda nacional de lucha contra la impunidad y corrupción, se fortalezca a las instituciones del sector justicia y luego ellas, nos amparen en una lucha de alma, corazón y huevos contra las grandes mafias de este país.
Falta tela que cortar, pero como un barco a la deriva, oiremos el siguiente llamado: “los que desean que el país cambie y están dispuestos a luchar, que se vayan a babor y los que deseen que todo siga igual, que se vayan a estribor”. Viendo dónde se ubica cada quién, sabremos quién es agente de cambio y quién celoso guardián de la porquería.