Luis Fernández Molina

Las quejas que desde hace muchos años se venían escuchando respecto a las tarjetas de crédito exigían modificaciones a la legislación. Finalmente, este Congreso, en sus postrimerías, autorizó las reformas, algunas necesarias. Al respecto caben algunos comentarios

ORIGEN DE LA TARJETA DE CRÉDITO. El comercio ágil y libre ha sido el motor de las civilizaciones. De tiempos antiguos se reportan las transacciones que los fenicios hacían en el Mediterráneo, que comerciaban vino, cobre, lana, estaño y otros metales; eran famosas las rutas de la seda y en tiempos más recientes destacaban las ferias comerciales en Europa central. Trueque siempre ha existido, sin embargo, es muy limitativo y solo un pequeño porcentaje de las operaciones se hacían por este medio. El vigor de las transacciones depende de los mecanismos de pago. Claro, la forma ideal es el pago directo en moneda de mutua aceptación. En tiempos antiguos ¿cómo se hacía eso? Algunas maquetas de museo nos representan los mercados de las ciudades mayas antiguas. Pensemos en el de Tikal, por ejemplo; unos vendían pavos, otros sal y terceros productos de obsidiana. ¿Cómo se pagaban? Nos enseñaron que las pepitas de cacao y las plumas de quetzal eran moneda; esto es parcialmente cierto, era una forma de cobrar el tributo a comunidades pero no es que cada poblador llevara en su matate, a guisa de monedero, ciertas pepitas y plumas. En todo caso ¿qué valor tenían realmente? y ¿Cómo daban el cambio? El oro y la plata fueron la moneda de cambio más aceptada aunque tenían también varias limitaciones. En todo caso era un problema cargar con uno las bolsas de monedas, y peor aún si uno iba de viaje.

Aquí fue el gran aporte de los primeros banqueros que ingeniaron nuevas formas de pago por medio de disposiciones escritas o contenidas en papeles: órdenes directas o bien letras de cambio. En estos casos era necesario que el emisor y el destinatario tuvieran acuerdos comerciales. De esta forma los comerciantes se libraban de la molestia de estar acarreando efectivo, por lo que la primera herramienta de pago fueron esos títulos. Siglos después surgió otro medio de pago que fue el papel moneda público, esto es, los billetes con respaldo de un Estado o de un banco que gradualmente fueron sustituyendo a las monedas.

Con esa novedad del papel moneda se facilitaba el comercio; cuando uno viajaba podía llevar entonces una billetera más liviana aunque llena de billetes de banco. Era un avance, pero no exento de problemas: diferencias en la aceptación y en las tasas de cambio y, sobre todo, si perdía –le robaban– la billetera, el viajero se quedaba en el aire. Los pagos con cheques personales también tenían muchos escollos por la natural desconfianza del vendedor. Hasta hace unos 50 años estaban en boga los “travelers cheques” que eran un punto intermedio entre el efectivo y los cheques personales. Muy útiles para llevar dinero consigo. Al adquirir dichos cheques se debía firmar en la parte de arriba y al cobrar o canjear el cheque se firmaba en la parte de abajo. Las dos firmas debían ser idénticas. Si se extraviaba uno de esos cheques se pedía –al emisor– su inmediata anulación.

El escenario estaba preparado para que a mediados del siglo pasado apareciera la “Diners Club” que marcó el rumbo que tomaron las generaciones siguientes de tarjetas de crédito. Las primeras tarjetas que surgieron no eran realmente de crédito sino una como constancia que daba fe de las credenciales de la persona que postergaba un pago suscribiendo un compromiso de hacerlo en poco tiempo.

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