Oscar Clemente Marroquín
ocmarroq@lahora.com.gt
En el mundo ideal la decencia debiera ser un atributo intrínseco de los seres humanos, pero no hace falta ser un estudioso del comportamiento de nuestra especie para entender lo utópico de la afirmación. Hubo tiempos en los que las personas valoraban más su buen nombre que el grueso de la billetera, pero eso pasó a la historia hace mucho tiempo y ahora ya ni siquiera como “viejada” se da el mérito que tiene lo que llegó a conocerse con un término que naturalmente cayó en desuso y que los jóvenes de hoy posiblemente no han ni siquiera escuchado o leído: la bonhomía.
Por ello me pareció en realidad extraordinario leer el caso del árbitro de futbol argentino Diego Ceballos, quien tuvo la decencia de revisar su trabajo arbitral tras el partido que pitó entre Rosario Central y el Boca, en el que éste último se coronó gracias a dos jugadas polémicas. Ceballos vio detenidamente la jugada en la que pitó un penal a favor de Boca y luego validó un gol anotado en posición irregular y compareció públicamente a pedir disculpas por haber marcado incorrectamente. “No soy un robot, soy un ser humano y me equivoqué” dijo el profesional luego del análisis que hizo de su propio trabajo.
Cuántas veces no hemos visto errores arbitrales de grueso calibre que los árbitros tendrían que reconocer cuando revisan su trabajo observando repeticiones una y otra vez de las jugadas polémicas, pero nadie dice absolutamente nada y el criterio arbitral queda incólume. Y no sólo con los árbitros, sino en la vida diaria podemos citar miles de casos en los que quien comete un error es incapaz de admitirlo, no digamos pedir una disculpa por su fallo.
La Asociación de Futbol Argentino dispuso sancionar con suspensión por tiempo indeterminado al árbitro Ceballos, lo que sin duda hará que en el futuro nadie que meta la pata quiera comparecer públicamente a decir que lo siente porque ello significa, además, que se puede quedar sin trabajo. Pero es, a mi juicio, un ejemplo de honestidad la que nos ha dado don Diego Ceballos porque ese es el tipo de responsabilidad que todos debiéramos tener en nuestra vida.
Nadie está libre de meter la pata o de cometer gruesos errores y hasta delitos. Pero la práctica generalizada es hacerse el baboso o negar los cargos, negar el error o, lo peor de todo, tratar de culpar a otros de nuestras propias fallas. Por supuesto que admitir un error puede significar la necesidad de asumir las responsabilidades que se deriven del acto, pero aun sabiendo que hay consecuencias es imperativo que tengamos la entereza de enfrentarlas con decencia.
Con nuestro equipo de trabajo una de las cosas en que insistimos es en asumir la responsabilidad de nuestros errores o faltas, sean éstas leves o graves y lo mismo hacemos con nuestros lectores o la gente que se vea afectada por alguna información en la que no se trasladaron tal cual los hechos.
Es grato ver que, muy de vez en cuando, alguien llega al punto de poner en riesgo hasta su trabajo y su subsistencia por aceptar que cometió un grueso error y asumir la responsabilidad. Mañana escribiré del caso del señor Lam.