Víctor Hugo Godoy
La reelección de los representantes políticos, diputados o ediles, en teoría parece buena, porque aprovecha la experiencia en la cosa pública para un buen desempeño en la búsqueda del bien común frente a los intereses particulares o los poderes fácticos (económicos, militares, espirituales y ahora criminales); pero la reelección es un derecho que para perfeccionarse requiere fundamentalmente de la voluntad de los electores y no sólo de la decisión de los representantes. Y es aquí donde la representación política se corrompe con lo que llamamos clientelismo y el transfuguismo.
No podemos decir que a nuestros diputados los reelegimos porque se preocuparon de protegernos contra los intereses leoninos y exacciones ilegales de las tarjetas de crédito, de las alzas injustificadas de precios de la canasta básica o del riesgo del robo de celulares. O porque legislaron para atender a las poblaciones en extrema pobreza a través del desarrollo rural o decretaron impuestos según el mandato constitucional que dice que pague más el que más tiene, o reformaron la ley de minería para no “malbaratear” los recursos que son de los guatemaltecos y se consulte a las comunidades sobre beneficios y daños.
No, en estos temas siempre estuvieron al servicio de los grupos dominantes o de los intereses particulares, cuando el ejercicio de la política es precisamente tener autonomía de aquéllos. En el caso de los alcaldes, recuerdo que Vilo Méndez ganaba en Jutiapa regalando pelotas y uniformes de futbol en las aldeas aunque los vecinos de la cabecera votaran en contra. A estos dos tipos de clientelismo, el argentino Esteban Crevari les llama corporativo, a los primeros, que se concretan en legislar o no, según intereses sectoriales o en medidas administrativas que favorezcan a ciertas empresas. Y parroquial al segundo, que tiene que ver con el intercambio que puede darse a través de votos por prebenda directa, como alimentos, vestimenta, materiales de construcción, etc. La exclusión social y la resolución de urgencias básicas oficia aquí como un poderoso alimentador de esta relación clientelar.
El derecho a reelegir del ciudadano para que sea eso, debería ser regulado: el mandatario debe postularse por el mismo distrito, por la misma opción política, contra ejecutorias o evaluación del desempeño del cargo y no por más de dos períodos consecutivos. Esto evitaría el transfuguismo y la entronización de cacicazgos locales o regionales que impiden la renovación de cuadros políticos. Inobjetablemente ello supone también, un votante informado y politizado, que espero desde del 16 de abril del corriente año esté empezando a forjarse de nuevo, luego de largos años de torpedeo neoliberal insulso que cambió en Guatemala las ideologías por corbatas, que no significaban nada.
Mi colega constituyente Danilo Parrinello se refería el sábado a los partidos de antaño con nostalgia. Tiene razón, la daga, el mapita, la estrella o la mazorca significaban diversas formas de ver el mundo y de conducir el Estado y a esas formas se adherían los simpatizantes y votaban los electores.