Juan de Dios Rojas

He vuelto a leer Cuentos de Barro, del salvadoreño Salarrué. Páginas de vivo interés por su prosa amena y llena de folklor y mucho del espíritu Guanaco. En uno de ellos, al final de horrendos crímenes, a mansalva su mayoría, parece algo increíble, recapacitan y también se conduelen de tantísimo acto delictivo cometido en contra de sus propios paisanos mayoritariamente.

Tiene sus vemoles el asunto en cuestión, habida cuenta que nos hace pensar de inmediato el hecho consistente en desear con vehemencia sin algo similar en toda la línea nuestros compatriotas llevaran a feliz término. De veras ojala sucediese lo antes posible en el medio, plagado de asesinatos, asaltos, violaciones y un sinfín de sucesos delictivos en contra del colectivo.

A diario el panorama delictivo da cuenta de actos sangrientos, cometidos por hordas salvajes, tal y como los medios de comunicación social informan dentro de la brevedad inmediata. Los sentimientos sufren en lo profundo tan dolorosa forma de privar de la vida a los guatemaltecos honrados, trabajadores que se ganan honradamente el sustento propio y también el de los suyos.

Gana espacios la expresión cotidiana basada en la fe al Ser Supremo que les permite retornar, a los buenos, y a propósito prefieren decir: solo podemos decir que al momento salimos rumbo a nuestro trabajo, empero, no sabemos si podremos regresar. Donde quiera existe peligro, debido a la permanencia de grupos delincuenciales que asaltan por apoderarse de un teléfono celular, al instante.

Destacamos a si mismo, el fallecimiento de profesionales, debido a causas similares por obra delincuencial que tripulan una moto en pareja y carentes de la menor consideración huyen en forma precipitada, sin tiempo de algún control de parte de agentes policíacos. Pasan tantas, pero tantas acciones delictivas que dificultan al menos uno estadística aproximada al final de cuentas.

Si a semejanza de la cuadrilla de vándalos guanacos descritos en Cuentos de Barro del escritor salvadoreño Salarrué, los delincuentes connacionales tuviesen siquiera unos momentos de recapacitación y puedan enderezar el camino tortuoso llevado a cabo, carentes de consideración alguna. Que satisfactorio inclusive fuese que cambiaran las cosas ocurridas día a día de verdad.

Volveríamos a tener un ambiente digno, confiable en cualquier ambiente nacional, capaz de garantizar una confiable locomoción en calles y avenidas de la capital, hoy por hoy crecida en población de modo y manera sorprendente, según el comentarista radial Timoteo Curruchichi, E.P.D., solía recomendar con énfasis: «no se vengan mucha, ya no cabemos”, hace algunas décadas atrás.

La inseguridad social constituye problema mayúsculo al gobierno central es urgente y también necesario de primer orden reforzar mucho más este asunto de primera categoría. Solo así cambiaremos nuestra existencia necesitada de la deseable seguridad, que después podrá venir por añadidura y podremos alcanzar lo básico, primordial con seguridad deseable, a cada instante.

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