Alfonso Mata
En los periódicos, radio y televisión, en menos de un mes, más de 300 veces he oído la palabra votar; me duele el uso que se ha hecho y lo que se espera de esa noble y nacida palabra de la democracia. En la mayoría de las veces, se ha estado usando relacionaba con «probabilidad» de tal manera que llegué a la conclusión que se ha vuelto una palabra litúrgica de la iglesia política.
Claro está que la palabra no tiene todo el sentido en nuestro medio, porque no esta llena de la «posibilidad» de elegir, como sucede en un verdadero mundo democrático, ya que la trayectoria política, social y económica de nosotros, se mueve y está sujeta a ajustes y revisiones que nos llevan y nos conducen a problemas sociales, morales y aún espirituales, causados por una organización estatal «fuera de ética» -dirían los sabios maestros.
Pero ¿nos hace falta la votación? Esta se ha vuelto la santa patrona del político; el hada del que quiere ser rico viéndose en el espejo; la providencia del pícaro e inescrupuloso. La votación a un pueblo inocente y no democrático, lo colma de esperanza de un milagro que no tiene porqué darse. Ella se espera que haga posible la quiebra del sistema, ¿es que acaso el sistema no anda bien? -dice el candidato, mientras que el que va a votar lo hace para el cambio convencido que; la justicia está enjaulada; la equidad de oportunidades es infierno y condenación. Encantadores cambios en eso, se esperan con el votar, pero nunca llegan pues, votar no es la varita mágica del hada cambiadora y así nos las han venido vendiendo por meses, en espera que la calabaza se convierta en carroza, que el charlatán se convierta en héroe. El voto no asegura por lo tanto la trascendencia de una realidad. Tengamos cuidado con eso, pues el voto casi siempre ha sido la manera de hacer perdurar la continuidad y no podemos marchar usándolo como casco de lealtad para el ganador, cuando todos sabemos de otra realidad: la patria se resquebraja, la sociedad vacila, y hora basta un leve soplo, para que se desmorone y como todo lo que han hecho los partidos lo han hecho dentro de la desconfianza, démosle hasta el 31 de enero al ganador, para que exprese que será su gobierno cómo y con qué hará los cambios y cómo detendrá las ansiedades y las preocupaciones excesivas y angustiosas (siniestrosis) que vive en cuerpo y alma cada guatemalteco y guatemalteca, pues no podemos seguir moviéndonos en medio de un analfabetismo de gobernanza, que no satisface las demandas sociales, ni corrige las inequidades de todo tipo.
Hoy por hoy, es necesario que recordemos que el voto obliga. El voto nos obliga a no esperar por la angustiada hora de la repetición, sino a velar y corregir a tiempo, pues ya no podemos sostener entre el pulgar y el índice la esperanza, tenemos que formar con toda las manos, una realidad a través de la participación ciudadana; a eso es verdaderamente, a lo que tenemos que apostar, volviendo nuestro mundo, un mundo de voluntad y de saber y no de espera. Hay que empujar un sistema para que entre otro, los dos no tienen cabida. Se oye decir que nuestro sistema es abominable, que la existencia es un martirio, el voto no va a cambiar eso; es sólo la actitud y la participación muestra. El cómo hacer eso, se encuentra dentro de la justicia, pero la justicia no puede ser invocada solo por unos, demanda de la participación de todos, es un camino que tenemos que encontrar, seguir y marchar sobre él con firmeza y eso solo se logra aportando. El voto es una actitud continua y permanente, no muere en un domingo, debe vivir todos los días de la semana, si no queremos volvernos y actuar como desesperados de pura sangre.