Si algo hacía para evidenciar la pobreza de nuestra clase política basta ver el comportamiento de sus principales exponentes, quienes compiten por la Presidencia de la República en segunda vuelta, con relación al tema de ese pacto de no agresión promovido por el Tribunal Supremo Electoral. Ambos candidatos acudieron a la cita y suscribieron el pacto, pero su actitud y comportamiento no es ejemplo ni de paz ni de tolerancia.
Todo empezó esta semana, cuando en el curso de uno de los mal llamados debates, la candidata de la UNE empezó a leer fragmentos de una publicación en la que se hacían cuestionamientos a su adversario. Uno a uno fue leyendo los párrafos que contenían respuestas aparentemente dadas por el aspirante a preguntas sobre cuestiones puntuales y al terminar de hacerlo vio cómo Morales se levantaba para arrebatarle la revista en forma, por lo menos, muy poco cortés.
Ayer, tras firmar el pacto de no agresión, Morales no sólo pidió disculpas a Torres por ese exabrupto sino que le tendió la mano pero ella no aceptó el gesto, dejando en claro que una cosa es firmar en el papel para que las cámaras dejen constancia de su disposición a una contienda pacífica y otra el tener que aceptar un apretón de manos de su rival en política.
Es muy difícil mantener las diferencias políticas en el terreno alejado de las diferencias personales, sobre todo cuando se producen exabruptos de uno y otro lado que no ayudan a sentar las bases para que la discrepancia no pase a convertirse en pleito. Por otro lado, uno entiende que muchas veces los políticos hacen lo que es precisamente “políticamente correcto” y se dan la mano y hasta abrazos, aunque en su fuero interno mantengan una postura agresiva e intolerante. Muchas veces, mientras se están dando la mano, sus simpatizantes están ya instruidos para darse reata a diestra y siniestra.
El punto es que tenemos que asumir y entender que vivimos en una sociedad en la que hay que elevar los niveles de tolerancia porque años de conflicto nos han dejado muy distanciados unos de otros y con dificultades para entendernos seriamente. No es raro eso de convertir en personales las diferencias de pensamiento, criterio e ideología, porque por generaciones se nos ha enseñado que las cosas se resuelven peleando y hasta matando.
Un pacto de no agresión no se rubrica con la firma, sino con los comportamientos que adopten quienes lo suscriben y en ese sentido, como en tantos otros, los aspirantes están en deuda con la población guatemalteca.