Oscar Clemente Marroquín
ocmarroq@lahora.com.gt

No es pesimismo señalar las dificultades que encontramos como sociedad para articular un proyecto distinto de Nación que acabe con ese secuestro que de la democracia hicieron las mafias conformadas por políticos y sus financistas, sino se trata de una realidad que tenemos que asumir como condición previa para asumir un compromiso de cambio y transformación. En ese sentido resulta importante recordar el verso de Antonio Machado, puesto que tal y como están las cosas y como quedarán tras la elección del domingo, se puede afirmar que no hay camino, pero nos queda el reto de hacer el camino al andar.

El problema es cuando por una u otra razón nos adormecemos y resignamos, porque es entonces cuando dejamos de andar y de hacer camino. Precisamente por ello me pareció un placebo, por no decir una buena dosis de opio, esa babosada de que con nuestro voto en las pasadas elecciones íbamos a cambiar al país, que cada voto cuenta y que en nuestras manos estaba el futuro. Imposible porque las reglas de juego son estrictas y no permiten elegir sino simplemente votar y la mejor muestra está en que con todo y el voto cruzado y el despertar ciudadano, en enero tendremos un Congreso que es, por lo menos, el calco del actual y con riesgo de resultar peor, además de un gobierno, sea quien sea el ganador del domingo, que no se inmuta ante las deficiencias de nuestro sistema político ni será producto de un planteamiento enérgico para acabar la corrupción y la impunidad en el país.

Hacer camino es fundamental cuando no hay camino y, según la tesis de Machado, lo tenemos que hacer al andar, es decir, al mantener nuestra postura desafiante ante una estructura de poder acostumbrada a repartirse los beneficios del erario público para mantener los eternos privilegios y generar, cada cuatro años, una nueva casta de millonarios producto del enriquecimiento ilícito.

El fenómeno no es nuevo, puesto que ya desde los tiempos de Barrios fueron sus paniaguados los que se hicieron millonarios y esos capitales, emergentes en la época, llegaron a ser los tradicionales de hoy. Pero también en la era democrática, desde sus inicios, vimos cómo al otorgar concesiones como las de la telefonía celular o la venta de Aviateca, los funcionarios de Cerezo se convirtieron en dueños o socios de las nuevas empresas y muchos de ellos amasan hoy impresionantes fortunas producto, simplemente, de haber estado en el gobierno en el momento adecuado.

Y así ha sido a lo largo de nuestra historia por una mezcla de cinismo de los poderosos y de indiferencia de la ciudadanía que acepta como inevitable que quien llegue al poder llegue a robar y a beneficiarse personalmente de sus decisiones como funcionario. Repito que desde los remotos tiempos de Barrios empezó esa maña de usar al Estado como viña para amasar fortunas y lo hemos aceptado tranquilamente, sin indignarnos ni rechazar a los sinvergüenzas que día a día se terminan “honrando y honrando sus capitales” gracias a la indiferencia de los llamados a repudiar a los corruptos.

Artículo anterior¿Enemigo del sindicalismo?
Artículo siguienteNo agresión