Isabel Pinillos – Puente Migraciones
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Con mucha dignidad, María Vilanova de Árbenz entregó un veinte de octubre los restos de Jacobo Árbenz Guzmán al pueblo de Guatemala para que fuera sepultado con honores. Doña María nunca imaginó el despliegue de miles de personas, académicos, campesinos y miembros de la sociedad reunidos para el homenaje de Estado. Rompiendo el protocolo oficial en el palacio nacional, la viuda decidió que fuera el “pueblo” quien cargara el féretro hasta el lugar donde descansaría por fin, “porque así lo habría querido Jacobo”.

Esta semana se conmemoraron veinte años de la repatriación de los restos de Árbenz, en el Musac. Vinieron para el evento su hijo Jacobo Árbenz Vilanova y su nieta Claudia Árbenz. En la ceremonia se relató cómo la comisión de la universidad, encabezada por Jorge Solares, logró de manera paulatina y delicada darle la seguridad a doña María que la repatriación de su esposo se haría con el mayor respeto y dignidad. No fue fácil convencerla, pues ella tenía cicatrices de un exilio forzoso, pero finalmente se dieron las condiciones y la voluntad del gobierno de Ramiro de León para un regreso triunfal de los restos de Árbenz.

Desde su humillante exilio hasta su muerte, Árbenz vivió aislado de su país, en que fue despojado de todas sus pertenencias, perseguido y desacreditado por sus enemigos, lo cual causó su rechazo de varios gobiernos y gran sufrimiento personal para él y su familia.

Aunque la familia acogió el homenaje póstumo como parte de un proceso de reparación, todavía falta la reivindicación en las páginas de la historia de este país, que han sido arrancadas, y poder transmitir el legado que dejó Árbenz a las nuevas generaciones.

Es notable el aporte como miembro del Triunvirato de la Revolución, que junto con Jorge Toriello y Francisco Arana formó un gobierno de transición durante un año agitado que en pocos meses sentó bases para la refundación del Estado, con la promulgación de una Constitución democrática, la cual separaba los poderes de Estado, garantizaba derechos para los trabajadores, educación laica, libertad de expresión y de manifestación, se prohibió el trabajo forzoso, los latifundios, se apoyó a las cooperativas, entre otras medidas más. Asimismo se convocó a elecciones en donde Juan José Arévalo ganó de manera arrolladora.

Mientras que Arévalo hizo aportes gigantescos a la educación, cultura, a la salud y al trabajo, Árbenz daría continuidad a lo comenzado por Arévalo y se enfocaría en una Guatemala competitiva económicamente hacia el futuro. Dentro de sus propuestas económicas estaba recuperar para el país el ferrocarril, los puertos y la energía eléctrica, todos monopolios estadounidenses. Pero la iniciativa crítica pudo ser la de la reforma agraria, en donde se expropiarían propiedades mayores a 6 caballerías que no fueran productivas, y se pagarían al precio declarado. La propiedad no sería traspasada al Estado como en un modelo comunista, sino a otros guatemaltecos dentro de un sistema de protección privada. Los altos intereses harían que el Decreto 900 fuera demonizado y un motivo para catapultarlo como el presidente “comunista” que debía ser eliminado.

En el contexto de una guerra fría que comenzaba, empezaría también una guerra ideológica que desde entonces nos ha mantenido divididos y nos sumió en un conflicto armado que duraría las siguientes tres décadas.

Claudia Árbenz, al recibir el homenaje para su abuelo devolvió su legado a Guatemala, al decir, “Árbenz somos todos”. Aunque sus restos yacen en tierra guatemalteca, son sus ideas y sus palabras las que hoy en día deben ser interpretadas, a la luz de una gesta revolucionaria que ha comenzado también en Guatemala en un año parecido al 44.

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