Alfonso Mata

Lo sabemos desde hace mucho, vivimos dentro de un sistema que supera nuestro conocimiento y nuestro control. Apetitos y virtudes nos agitan según los vientos sociales en que nos movemos. Una serie de oscilaciones personales y grupales, nos hacen actuar y consolidamos nuestra actuación con juicios emitidos con rapidez por la prensa, por la publicidad y por los vecinos, sin provocarnos una verdadera reacción reflexiva y sin embargo, esperamos un cambio radical de los otros, sin discutir ni flexibilizar nuestra actitud, sin discutir a profundidad lo que hacemos y queremos.

La noción del deber, de la responsabilidad, cada cual la entiende a su modo e inclinamos la balanza solo a favor de derechos. Todos nos consideramos con derechos, muy pocos con deberes. La noción del deber no la queremos ver más allá de nosotros; por encima de nuestro espíritu, aparentemente solo existe el “otro” por ratos y si alguien no nos gusta, hay que acabarlo de palabra y con la acción.

Sí no queremos seguir equivocándonos y seguir viviendo dentro de una sociedad de terror, independiente de credos, ideologías y religiones, debemos reconocer algo. Hemos creado un sistema y vivimos dentro de él, en que no podemos dejar de reconocer que se maneja, vive y se mueve a través de jerarquías; en otras palabras, que un grupo es el que manda, dirige y hace su antojo, mientras el otro aporta trabajo, bienes y es aplastado por las ambiciones del primero, que es el que verdaderamente se beneficia. Esto sucede, se reproduce y crece en el hogar, la oficina, el gobierno, a pesar de que libertad e igualdad se constituyen en el supuesto previo e inevitable del pensamiento político y del comportamiento social de Nación, que nos debe regir. Sin embargo la evidencia del sentido moral y la práctica social nos muestran otra realidad. En otras palabras, nuestra comunidad, nuestra sociedad no puede regirse ni mantenerse bajo valores morales, sin mezclar en gran proporción, opresión, injusticias, inequidades y abusos de unos hacia otros y sí eso no se soluciona, no puede moverse la carreta del progreso y el desarrollo humano nacional. No se puede hacer patria.

El crecimiento de derechos humanos, el respeto de los mismos, su formación y difusión efectivos, parte en el hombre de un solo principio: el derecho a la vida y este dentro de nuestra sociedad, dista de haberse afianzado y triunfado. Todavía no controlamos -y tampoco el sistema nos lo permite y al contrario lo favorece- ese instinto primitivo de arrebatos contra el otro y los otros, de tal manera que a un mismo tiempo, podemos ver en una aldea, en una ciudad, en la nación, actos de bondad y altruismo, al lado de actos brutales y de barbarie, e incluso un mismo grupo, puede hacer gala de esas dos conductas; de tal manera que muchas veces, nuestro poder y vivir diario, esta cuajado de actos irracionales y de crueldad y eso se repite una y otra vez y ahoga por todas partes. Cuando tales males llegan a ese máximo, deben ser corregidos por un principio nuevo, o bien la destrucción de nuestra sociedad esta próxima.

El accionar que demanda la situación es por muchos frentes pero hay algo que debe ser claro de entender desde el principio: la voracidad de unos hunde la conciencia de otros y ese mal debe erradicarse. Se necesitan principios morales, que constituyan una crítica efectiva de todo el sistema y en eso los medios de comunicación, las iglesias, la educación, los juristas, autoridades y padres, deben leer el mismo texto, que abra luz para enderezar ese sentimiento de malestar y de compulsiva degradación e irrespeto por la vida, que se respira por todos lados y muchos hogares y vecindarios. Eso necesita de reformas y cumplimientos legales basados y fundamentados en que la naturaleza humana tiene derechos esenciales para todos y no solo para algunos y esa campaña de principios, debe ser montada y no aceptada como un hecho consumado como ha sucedido hasta ahora, pues ya hemos visto que la moral, no es una estructura propia de la sociedad que se mueve por si sola.

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