Juan José Narciso Chúa

Un paréntesis dentro de este sombrío espacio político.
Todo en la vida pasa por alzas y bajas inevitables. A veces estamos en aquellos momentos en donde la satisfacción es plena, la felicidad es notoria y el estado de ánimo se encuentra apacible, tranquilo, animoso. Sin embargo, a veces también se conjugan una serie de situaciones complejas y hasta difíciles, que hacen caminar por la vida en una forma dificultosa, adversa y hasta tortuosa.

Pero hoy quiero expresar aquellas situaciones que valen la pena vivir, que lo dejan con una enorme satisfacción de espíritu y de mente y que quedan grabadas indeleblemente en las personas. Una de estas primeras enormes satisfacciones se centra en el nacimiento de los hijos y sus correrías infantiles. No hay nada más lindo que saberse y reconocerse padre, ese primer instante en donde la vida toma un carácter diferente, ese momento cuando nos damos cuenta que todo ha cambiado para siempre y que las responsabilidades de ser padre se hacen mucho mayores de las que originalmente pensamos. Es un momento inolvidable.

La infancia de los hijos es también sumamente satisfactoria. Poderlos apreciar en su proceso de balbucear palabras, de hacer sus primeras oraciones, de verles correr felices, de observarles construyendo sus mundos fantásticos y compartirlos con uno, son pasajes emotivos y sumamente alentadores en el discurrir de la vida de uno. Los niños, los hijos son plenamente de uno, uno para ellos, ellos todos para uno. Maravilloso espacio de tiempo que dura poco.

Cuando inician su crecimiento es otro momento emotivo. Es aquel cuando ellos mismos inician su propia interpretación de la vida. Se empiezan a reconocer con su cuerpo. Se ven interesados en por qué estamos en la vida. Plantean sus propias hipótesis sobre el transcurrir de la existencia. Es lindo cuando ellos hacen sus propios análisis e interpretaciones, todavía escuetos, todavía superficiales, pero se adentran en ese mundo del pensamiento crítico. Un paréntesis de orgullo de padre. Así los hijos le pueden proveer un enorme grupo de situaciones que le otorgan dinamismo al transcurrir de los días y la vida, junto a ellos. No terminan nunca.

Otros espacios más allá de los hijos. Correr, sí esa maravillosa actividad del cuerpo que lo llena a uno de enormes retos pero también de grandes satisfacciones. Ese inicio titubeante que encierra interrogantes como: ¿será que voy a aguantar?, ¿será que mi cuerpo dará la talla?, ¿será que podré recorrer esas enormes distancias?, ¿será que mi corazón está en condiciones?, ¿será que mis rodillas soportarán el ritmo de la carrera? Recuerdo cuando inicié en este ejercicio, motivado por mi hermano del alma Sergio Mejía, quién siempre me invitaba a correr y yo era testigo de las enormes distancias que recorría con cierta facilidad, no lo podía creer. Así que un día, hace ya 25 años, cuando dejaba para siempre el deporte de conjunto, me decidí a correr y me impuse mis propias y modestas metas iniciales. La primera vez recorrí unas 6 cuadras de ida y vuelta, en un área de la zona 10 y veía la Avenida de las Américas como algo lejano, distante, casi imposible de alcanzar. En cada día incrementaba 2 cuadras en el trayecto, con lo cual significaban 4 de ida y vuelta y así me mantuve por varias semanas y no podía dar cuenta de mi asombro, cuando se incrementaba el trayecto de ida y además conseguía retornar y así se aumentaba poco a poco el espacio del ejercicio, así como notaba la sensación de alegría cuando conseguía retornar, la sensación de satisfacción por el reto alcanzado era otro de los premios internos que se desprendían de este ejercicio. No se me olvida cuando llegué por primera vez a alcanzar la Avenida de las Américas, fue una alegría indescriptible, una satisfacción enorme, no podía dar crédito al hecho que poco a poco había alcanzado ese -según yo-, distante lugar. La vida me ha premiado con la posibilidad de continuidad corriendo y alcanzando distancias como los 21 kilómetros y la dicha es enorme cuando las concluyo. Las carreras son otros espacios en donde las distancias son un dato, pero se agrega el sabor de sentirse dentro de grupos enormes de corredores, pero en este noble ejercicio coincidimos viejos amigos que nos juntamos y disfrutamos: Danilo, Fredy, Sergio, Víctor Hugo, Giovanni, con quienes compartimos cuando concluimos las carreras. Acá tengo que decir, que he disfrutado también de la presencia de mis hijos, principalmente en la carrera San Silvestre, una tradición familiar, cuando me han acompañado Sofía Alejandra, Lucía Gabriela y Juan José. Correr es uno de los más gratos momentos que disfruto, todavía hoy, en mi vida.
(Continuará)

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