Francisco Cáceres Barrios
fracaceres@lahora.com.gt

Hace poco escuché al aire un calificativo que me pareció muy duro para nuestro actual presidente el licenciado Alejandro Maldonado, cuando le llamaron “viejo decrépito”, pues si vamos al significado del segundo adjetivo es haberle dicho que además de su avanzada edad está en decadencia. Ello me pareció una exageración y que incluso lleva consigo la gana de ofender inmerecidamente. No, no es que me esté volviendo un gratuito defensor del primer mandatario de la nación, sino simplemente deseo expresar lo que consigno desde el titular de este comentario pues a decir verdad me lleva pocos años por delante. Así es que lo primero que hago es defender el pedazo que a mí me toca.

Es indudable que los guatemaltecos acabamos de sufrir un desastre que debiera de servirnos de experiencia. El caso de Cambray II debiera ser útil en el sentido que de ocurrir un evento similar al que nos tocó sufrir a quienes vivimos en calidad de adultos el terremoto de 1976, en las actuales circunstancias nos veríamos “a palitos”, pues con justicia hay que reconocer que desde el presidente de ese entonces, el General Kjell Laugerud, el comité de emergencia que integró y hasta el último de los guatemaltecos que brindamos nuestros desinteresados servicios, por humildes que hayan sido a la reconstrucción nacional, merecieron los calificativos de excelentes y con ello, no pretendo ocultar que pudieron haber ocurrido errores, pero fueron tantos los aciertos, que ninguno podría reducir el merecido calificativo.

La experiencia en el caso de Cambray II para mí, con las disculpas para quien se sienta ofendido por lo que estoy diciendo, hubo muchos errores que vale la pena subrayarlos una vez más, por cuanto en esta columna los hemos venido repitiendo muchas veces a través del tiempo. Conred para empezar, no ha estado a la altura de un desastre como el presente y tampoco lo podrá estar en el caso de repetirse un evento como el ocurrido en 1976, por lo que ello debiera servirnos para tomar todas las medidas que fueran necesarias, desde repensar sus fines u objetivos de prevención hasta su organización a la hora de ocurrir el desastre.

El señalamiento que nos hicieron los mejicanos llamados “Topos” no debiera ser tomado como crítica sino como un consejo digno de tenerse en cuenta, pues es lógico que antes de las 72 horas de ocurrido un desastre de esa naturaleza no debiera utilizarse maquinaria pesada para no causar más víctimas. Pero esto, tan solo es un detalle, cuando lo importante es pensar con seriedad y mesura la respuesta: ¿estamos realmente preparados para soportar con eficacia otro embate de la naturaleza similar al de 1976?

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