Pedro Pablo Marroquín Pérez
pmarroquin@lahora.com.gt
Luego de una columna de la semana pasada, alguna gente me preguntó a qué me refería yo con la expresión que «debíamos rajar ocote para cambiar el sistema» y la misma, no significa nada más que nosotros debemos dejar por un lado conductas que resultan cómodas, pero que a la larga terminan alentando la podredumbre.
Para ejercer ciudadanía, como en la vida misma, primero debemos vernos para adentro y determinar si hemos sido la mejor calidad de ciudadanos. Por fin ahora se empieza a hablar de la necesaria depuración del Congreso y de las instituciones, pero para asegurar el éxito de la depuración, primero nos debemos depurar cada uno de nosotros.
A veces, en la vida «con tal de no hacer pleito», «para no ser el malo de la película», «porque comparado con lo que hacen otros, esto no es tan malo» o «porque si no lo hago yo, alguien más lo hace» terminamos consintiendo malas actitudes o siendo los promotores de las mismas.
Rajar ocote significa cambiar el sistema que permite acciones contrarias a la ley sin consecuencia alguna; acciones que pueden parecer tan insignificantes como meternos en contra de la vía, o como aquellas criminales y corruptas, que permiten la justicia por propia mano y el robo de millones.
Si nosotros no cambiamos de actitud, nunca podremos traducir nuestra ciudadanía en una enérgica fiscalización para exigir cambios de fondo que deben empezar por depurar al Congreso de la República y que eso dé paso para depurar y hacer un borrón y cuenta nueva con los partidos políticos.
Urgen nuevas reglas, en especial de financiamiento, para crear nuevos partidos y dar cabida a gente fresca que pueda ser sujeta a una verdadera fiscalización y con certeza de castigo en caso se salten las trancas; urge depurar y crear una nueva Contraloría de Cuentas, así como depurar y erradicar las mafias que hacen disfuncional a la SAT.
Urge modificar la forma en que elegimos a nuestras autoridades judiciales, dando lugar a que pueda existir verdadera independencia y jueces de carrera, que no estén a la mano de los políticos de turno ni penando por su futuro. Debemos arreglar la manera en que se elige al Fiscal General y Jefe del Ministerio Público e incluso plantearnos la viabilidad de la Corte de Constitucionalidad. Urge depurar la forma en la que compra el Estado, porque aquí todo se hace con visión para dejar sobra y nada de obra.
Urge depurar la forma en que operan las municipalidades porque la descentralización ha sido para controlar mejor los negocios de los alcaldes que creen que los municipios les pertenecen como una vil finca que da para que viva toda la familia; los más aventajados, las usan para hacer negocios «legales» que los garantizan de por vida.
Urge modificar la Ley de Servicio Civil y depurar los pactos colectivos para poder enaltecer al verdadero servidor público y que el Estado sea una opción para personas calificadas en preparación y/o experiencia, y deje de ser reducto para una gran bola de aprovechados.
Esto es por mencionar algunos ejemplos del trecho que hay por recorrer, pero si no estamos dispuestos a depurarnos nosotros, a dejar de ser parte del problema y empezar a ser la solución, no podemos esperar que se depure todo un sistema que es fallido para atender las grandes necesidades y a las grandes mayorías, pero ideal para favorecer a las mafias, ya sean éstas de delincuentes rasos o ladrones de cuello blanco. Tan bueno que al que le vale madre la ley, todo lo puede «arreglar».
El camino a recorrer es tan incierto y demandante pero a la vez tan necesario, que si no partimos por entonar el mea culpa, jamás podremos pensar en que nosotros seremos el motor de cambio porque entonces seguiremos siendo selectivos como hasta ahora: duros con lo obvio y con los shumos, pero blandos con los sofisticados y con los de cuello blanco, que son igual o más sinvergüenzas que los otros. Seguiremos teniendo una doble moral y un doble rasero para juzgar cosas iguales.