Juan José Narciso Chúa
El Cambray II es el nombre de este drama humano que se fue construyendo por espacios de tiempo caracterizados por la indolencia, la indiferencia y la desidia de distintos gobiernos que vieron con desdén el autorizar un asentamiento humano en un lugar que, sin duda, no llenaba los requisitos mínimos para vivir, principalmente porque se encontraba plagado de peligros, dentro de condiciones que le resultaba adverso a cualquier alteración climática y que dejó de lado la importancia de la cuestión ambiental, como criterio para su autorización.
Ciertamente, Conred hizo un dictamen técnico en donde señalaba que dicho lugar se encontraba en condiciones de enormes peligros, por las características naturales del espacio en donde se encontraba, pero sus resoluciones ni fueron escuchadas, ni mucho menos tomadas en cuenta para que se iniciara un proceso de desalojo y reasentamiento en lugares fuera de las vulnerabilidades ambientales anteriores.
Pero no, nadie ni ninguna institución puso atención a las señales de peligro, ningún funcionario ni gobernante consideró que dicho asentamiento merecía su atención mínima. Ellos estaban ocupados en los arreglos propios de los grandes negocios del Estado, en donde su vida cambiaría para siempre, mientras que aquellos ya sabían vivir así, en esas condiciones infrahumanas y plagadas de peligros inminentes.
En dónde estarán aquellos discursos llenos de euforia, aquella retórica que mostraba fortaleza y decisión, aquellas expresiones llenas de entusiasmo y emoción de nuestra galería de gobernantes falsos, que arrancaban aplausos e incluso provocaban las lágrimas, mientras le encendían una mínima esperanza a las personas pobres que los escuchaban y quienes crédulos, pero más aún necesitados, se les encendía un pequeño atisbo de confianza en aquellos candidatos, que luego de presidentes, ya ni se acercaban por sus colonias, caseríos o asentamientos humanos.
Ojalá el Cambray II, con su dolorosa tragedia, fuera efectivamente el epílogo de una irresponsabilidad del Estado, ojalá ahí concluyera ese ciclo perverso de accidentes derivados de condiciones de inhabitabilidad, o de enorme riesgo o de extrema necesidad, para que efectivamente el Estado retomara un papel serio, técnico y responsable ante un desastre lapidario como el drama humano que ahora vivimos y resentimos.
Desafortunadamente creo que no será así. Al poco tiempo todo quedará como un recuerdo triste, pero –tal como se presentan las cosas hoy–, los políticos continuarán con su camino lleno de fortunas ilícitas y caminando de espaldas al pueblo, únicamente mirarán de reojo ese crimen, en donde ellos son también copartícipes por acción u omisión. Seguramente hoy hablarán de planificación territorial, de políticas públicas para los asentamientos humanos, de asentamientos bajo criterios de sostenibilidad ambiental, que dotarán de mayor cantidad de recursos a Conred, que los Alcaldes deben poner más atención a estos sucesos. Pero en el fondo, mi estimado lector, no harán nada.
Lo que si debemos tener claro es que nuevamente la presión ciudadana, el ejercicio correcto de poder por parte del pueblo, la fuerza del soberano debe continuar para evitar que efectivamente ocurran estos dramas humanos que enlutan a familias enteras, les quiebran el porvenir y dejan una gran desilusión en la sociedad, porque son ellos, los funcionarios electos y designados, quienes tienen la responsabilidad de plasmar la voluntad popular del pueblo que exige transparencia, eficiencia y, aún más, un dosis enorme de humildad, para comprender que un epílogo como el de Cambray II, es fundamentalmente un crimen de Estado y, quién sabe si no, de lesa humanidad.