Guatemala es un país extraordinariamente peculiar, puesto que vivimos en medio de puras llamaradas de tusa y no podemos concentrarnos en perseguir fines concretos para ir resolviendo nuestros problemas. La tragedia de El Cambray II es un ejemplo de nuestra forma de actuar, puesto que no es la primera vez que se produce una desgracia como esa, capaz de conmovernos al punto de derramar sinceras lágrimas, pero sin que hagamos absolutamente nada para evitar que se repita.

Cada vez que hay un camionetazo o un mortal accidente vial, nos rasgamos las vestiduras por las fallas en la seguridad del tránsito, y reclamamos leyes más exigentes para evitar la irresponsabilidad de los conductores. Pero pasados los primeros días, todo cae en el cajón del olvido y lo mismo pasa con las necesarias medidas de prevención para reducir el impacto de los desastres provocados por la naturaleza.

Nuestra dejadez se vuelve patética cuando vemos los efectos que causa la misma. Y no es únicamente cuestión de la opinión pública, desde luego, sino principalmente de las autoridades llamadas a actuar con determinación y firmeza para resguardar, sobre todo, la vida de los habitantes de la República. Hoy Conred nos explica que no tiene ni recursos ni facultades para actuar en prevención y reducción de desastres, lo que obliga a preguntarnos por qué jocotes no han hecho nada para cambiar las cosas si las mismas autoridades tienen tantos años de estar al frente de la institución. Sin duda se han acomodado a pasar el agua, a cobrar su sueldo sin intentar, siquiera, algo para promover las reformas que les permitan ser más eficientes en la función esencial que tienen, que es la de REDUCIR, léase bien, el daño causado por los desastres.

Cada vez que ocurre un hecho extraordinario que nos molesta o nos duele, mostramos nuestro mejor rostro como ciudadanos y nos solidarizamos con los que sufren, pero eso no basta porque es imperativo que seamos exigentes para que entidades inútiles se vuelvan eficientes y verdaderamente útiles a la sociedad.

Lo mismo ha pasado con la corrupción, puesto que nos lanzamos a la calle para denunciarla y criticarla en su primer momento, pero el sistema permaneció intacto y la mesa está servida para que todo siga igual que antes. Si no hubiera CICIG ni esperanza de que el día de mañana los ladrones se contengan un poco. Hoy lo harían para evitar la investigación del Comisionado, pero no tardarán en buscar la forma de acabar con su mandato para que todo vuelva a esa patética “normalidad”.

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