Javier Estrada Tobar
jestrada@lahora.com.gt

Si Jayro Bustamente consiguió cautivar a su público con la película Ixcanul, fue precisamente porque expuso en su justa dimensión la cruda realidad de “la Guatemala profunda”, donde se sobrevive con poco, las tradiciones son ley y la incertidumbre gobierna la vida.

La cinta consigue transportar a la audiencia urbana guatemalteca hacia un escenario que le podrá parecer totalmente ajeno, a pesar de que en Guatemala las distancias son reducidas entre los poblados rurales y las áreas urbanizadas; podría decirse que se trata de un argumento que a algunos nos puede parecer extraño y muy próximo a la vez, dada nuestra realidad nacional.

A los periodistas, las estadísticas sobre desigualdad y los analistas nos exponen a diario lo mal que está el país, especialmente en el campo, donde la pobreza se agudiza con los fenómenos climáticos, los programas sociales mediocres y la escasa inversión social, pero la percepción de estos problemas es muy distinto cuando todo se observa desde la perspectiva de una incomprendida joven, que sufre en carne propia la marginación, la discriminación y el machismo.

En comparación con otras ocasiones, salir de la sala de cine fue diferente tras ver Ixcanul porque sabía que la película había terminado, pero muy cerca todavía hay muchas mujeres y niñas sin oportunidades para salir de la pobreza, igual que la protagonista de la película.

Escribo sobre Ixcanul porque el recuerdo de una de las escenas de la cinta vino a mi mente recientemente, y tiene que ver con la discriminación que sufre la familia de la joven por su condición de pobreza y su incomprensión del idioma español, tanto en el hospital nacional como ante las autoridades del sector justicia.

Y es que justo esta semana se señaló a Francisco Castro y María Chacaj, padres de las siamesas conocidas como “las Rositas”, de abandonar en el Hospital Roosevelt a sus hijas, quienes fueron intervenidas quirúrgicamente para separarles, en una maratónica operación que requirió la participación de un amplio grupo de cirujanos y profesionales de la salud.

En buena medida los padres de las niñas fueron condenados por algunos medios de comunicación, pero luego se aclaró que no se trató de un abandono intencional, sino más bien, el problema es que Francisco y María viven en la pobreza y no tenían la capacidad para visitar a sus hijas en el hospital.

En un acercamiento con los medios, los padres dijeron que se dedican a la agricultura y ganan diariamente apenas Q25, una cantidad insuficiente para mantener a las siamesas y a los otros cinco hijos.

Además, los padres de las siamesas no hablan español y necesitan de un intérprete del idioma quiché para expresarse, lo que dificultó en buena medida que hicieran las gestiones para buscar asistencia y ayuda para sus hijas.

Ixcanul no es ciencia ficción. Francisco y María son un ejemplo de que Guatemala necesita reformas profundas, que ayuden a los más desfavorecidos a salir de la pobreza y a la sociedad a salir de la ignorancia, que se manifiesta en la discriminación y el machismo.

Artículo anterior¿Efímera coalición o alianza estratégica?
Artículo siguienteDel patriota ladrón al liberacionista impune