Martín Banús M.
marbanlahora@gmail.com
La conflictividad que nos ha caracterizado desde siempre en Guatemala, tiene sus raíces en una carencia. Sí; carecemos del sentimiento solidario hacia el otro, hacia los demás. No nos vemos en el prójimo… La empatía brilla por su ausencia. Los sentimientos y emociones que anteceden al pensamiento y a la acción, han sido y siguen siendo, evidentemente, los equivocados.
Sin duda, ayudar al desvalido o al que está en desventaja, es propio de fuertes y sabios… Velar solamente por los propios intereses, quedando indiferentes al otro, es propio de gente débil y mentalmente poco saludable.
Guatemala está hundida en el egoísmo y en la incomprensión y siendo que el rencor y el resentimiento nos hunden cada vez más, llegará el día en el que ya no habrá marcha atrás y nos arrepentiremos de no habernos ayudado y comprendido; llegará el día en que nos arrepentiremos de no habernos pedido perdón por el daño que nos hicimos y que nos ha traído hasta aquí.
Dicen que cuando el dolor llega es para ayudarnos a cambiar algo que no anda bien… ¿Acaso no nos hemos percatado que debemos cambiar muchas cosas en este país? ¿Cuánto más habremos que sufrir?
Nadie puede declararse ajeno a esta persistente e impía situación que ha costado y sigue cobrando cada día, muchas vidas inocentes, especialmente de niños sumidos en un atávico “tradicional” cuartomundismo, que habla muy mal de todos nosotros; ¡sin excepción!
Se dice que para lo único que puede servir el pasado es para aprender del él… En este sentido, si algo nos ha enseñado el injusto, irremediable y sangriento pasado nuestro, es sobre lo efímero que han sido nuestros afanes y los de los que se nos adelantaron en el sueño de la paz… Con todo, la vida sigue y no queda, –como pecadores que somos–, sino mirar hacia delante, con la paz que brinda una conciencia tranquila por el perdón que hayamos dado y recibido.
Por eso, hemos orientado estas líneas a esa liberadora cultura, una cultura de guerreros que saben que negarse a sí mismos, es como morir… Sí; porque para que algo dentro de nosotros nazca, necesariamente algo dentro de nosotros previamente debe morir… ¿A qué nos referimos? ¡A la cultura del perdón! Una cultura que es propia de guerreros, que están más allá de las consideraciones mundanas, de las falsas ideas de honor, de la dignidad y más allá de las ideas del bien y del mal… Es una cultura superior, un sacro oficio que lava y redime.
Previo a implementar cualquier idea sobre el futuro del país, es indispensable e ineludible, conciliarnos, –por las nuevas y futuras generaciones–, practicando la cultura del perdón. No nos hemos pedido perdón y difícilmente haya una nación más necesitada de ello, que Guatemala. ¡Pedir y conceder perdón!
Guatemala requiere de todos… ¡Tenemos que reconciliarnos en aras del futuro!
El perdón y su importancia, no se nos inculcaron ni bien ni suficientemente, ni en el hogar ni fuera de él. ¡Reconocerlo sería ya un gran paso!
Vivimos en el dolor y en la deshonra: En el dolor por lo que nos hicieron y por lo que jamás se disculparon; con la deshonra o cargo de conciencia, por el mal que hicimos o por el bien que dejamos de hacer, sin que hayamos pedido perdón: Todos hemos sido víctimas y victimarios… ¡De una u otra forma u otra, en un momento u otro!
Tanto el que pide como el que concede el perdón, lo deben hacerlo movidos por la insoportable vergüenza de sus actos o posturas; deben estar dispuestos a sacrificar algo a cambio de lavar su consciencia.
Quién pide perdón, no sólo reconoce su error y se arrepiente, sino que lo declara a quien ofendió; pone la cara y declara su vergüenza, supedita su malentendida “dignidad” y sus estúpidos argumentos, al dolor causado; el riesgo a ser maltratado, será lo de menos. Pide perdón con la consciencia, tal y como se lo dicta su Dios interno… De corazón, reconociéndose indigno e incapaz para liberarse de la carga que le ha provocado su error. Así, negándose a sí mismo, se exaltará y se liberará, indistintamente de que sea o no perdonado.
Quien está llamado a conceder el perdón, se enfrentará por su parte, a sacrificar aquel dolor en el que se convirtió su vida por la ofensa sufrida. Tendrá que negar toda esa carga egóica que se alimenta del dolor, que busca venganza y alimenta el rencor. Tendrá que renunciar a todo ello para volver a ver al alba de un nuevo día, con la resignación milagrosa que limpia y que brinda el perdón concedido…
Para los judíos Yom Kipur es el día del arrepentimiento. Lo consideran el día más santo y más solemne del año. Buscan la expiación de los pecados para ser dignos de la reconciliación…
Los musulmanes, también: peregrinan a la Meca, también ayunan, se privan y oran para alcanzar el perdón…
Y así, perdonando para ser perdonados, se daría también en Guatemala, el milagro que nos regresaría la esperanza por un mejor país y una vida en paz.