Estuardo Gamalero
“Un optimista ve una oportunidad en toda calamidad, un pesimista ve una calamidad en cada oportunidad”
Winston Churchill-
De los males que acosan a nuestra sociedad, el pesimismo es el alimento de todos. Por alguna razón, somos proclives para ver el lado malo de las cosas, sentir envidia de la gente, quejarnos y no enfrentar los problemas. El pesimismo fomenta el conformismo.
Algunos pensamientos y frases pesimistas, llegan a convertirse en leyendas urbanas: I) “Si se combate la corrupción, seguramente es porque algún «Poder Supremo» está queriendo beneficiarse de esa lucha: Si no la combatimos, es porque a ese Poder Supremo no le conviene hacerlo. II) Si están presos algunos integrantes de las mafias, de plano los peces gordos están libres.” III) Si la sociedad civil se involucra en algún tema, es porque la extrema izquierda o la derecha están atrás de sus intenciones. IV) Si el sector privado se pronuncia sobre algún problema nacional es porque tienen la cola machucada: Si guarda silencio es porque protegen a alguien. V) Si las Iglesias se involucran y muestran consternación por la crisis nacional, están mezclando la religión con la política: Si no lo hacen, son religiones obsoletas que ahuyentan a los feligreses. VI) Si las leyes dicen tal o cual cosa y se busca su aplicación, son instituciones o funcionarios públicos arrogantes que no escuchan el clamor social: Si se escucha y antepone ese clamor por encima de la ley, entonces somos tibios”.
¿Por qué nos cuesta tanto reconocer un avance? ¿Por qué no intentamos construir sobre los pequeños o grandes cimientos que vamos generando?
Estamos acostumbrados a poner la vista y supeditar nuestros intereses en la influencia de las personas, no en la fortaleza y transparencia del sistema. La emblemática red de corrupción que representa el exbinomio presidencial, nos tiene hipnotizados y nos hace pensar que el encarcelamiento de las malas personas es más importante que el mismo fortalecimiento de las instituciones y la aplicación de la ley. En mi opinión, ambos son parte de la misma moneda y si no me cree, veamos los errores y horrores que se repiten cada cuatro años por apostarle a los candidatos y no a sus equipos y planes de gobierno.
El Estado, sus organismos e instituciones, deberían atraer e incluir a las buenas personas. Pero debemos entender que si los males no se atacan de raíz, continuarán llegando los menos indicados y los buenos huirán. Los funcionarios y empleados públicos, son personas iguales que usted y yo. Mientras no entendamos que la corrupción (en todas sus modalidades) constituye un vicio que afecta y atrae tanto al pobre como al rico, al sindicalista y al patrono, al dueño de una tienda, al diputado, al constructor, al ministro, al gerente de una empresa, al abogado, al contador, al indígena y al ladino, al extranjero y al nacional, a hombres y mujeres por igual, estaremos maquillando los problemas. La gente es la misma, la diferencia es como maneja cada quien las mieles del poder y si todos estamos sujetos al imperio de la ley.
Soy una persona que procuro ver el vaso medio lleno. La vida me ha enseñado que las victorias se consiguen mediante el esfuerzo constante y el deseo de mejorar, no en la actitud pesimista de: “no sirve de nada”, “siempre es lo mismo”, “esto no tiene solución”. Incluso en esta «crisis», Guatemala, está mejor que nunca: Gracias a Dios nuestro país y su gente buena han demostrado que la actividad productiva continúa e incluso se anticipa un crecimiento económico superior al de la mayoría de países latinoamericanos. Por primera vez en la era democrática, nos sentimos orgullosos como pueblo y somos un marco de referencia a nivel mundial, ya sea por el valor de nuestras exigencias, por la constancia y pacifismo en nuestras manifestaciones, por el respeto al Estado de Derecho, por el histórico nivel de participación electoral o por el intento en la depuración de las instituciones y organismos de Estado, que por cierto ha superado el mítico enfrentamiento de derecha vs. izquierda, o de ricos vs. pobres.
Por supuesto existe un alto nivel de subdesarrollo social, grandes tasas de desnutrición, analfabetismo, desempleo, violencia y una baja recaudación tributaria. Pero los anteriores, son males que vamos a superar teniendo voluntad política, conciencia social, combatiendo la corrupción, atrayendo inversiones, generando empleos decentes y estables y sobre todo, si fortalecemos una cultura de cumplimiento de la ley y cero tolerancia a la corrupción.
Los pesimistas son espectadores que critican los síntomas, pero son parte de la enfermedad.