Luis Enrique Pérez

Una alianza de partidos políticos no necesariamente es alianza de todos o de la mayoría de quienes son afiliados de cada partido que se alía. Puede ser sólo alianza de quienes son dirigentes de cada partido aliado. Aun si esos miembros dirigentes emiten una orden de votar por los candidatos que propone la alianza, no necesariamente esa orden tiene que ser acatada, excepto que haya una incondicional lealtad ideológica. Y en el supuesto de que, en una magna asamblea general, toda la comunidad partidaria exprese su intención de acatar la orden, es imposible comprobar que ha sido acatada.

En suma: no hay electores que sólo por ser miembros de un partido, votan obedientemente por los candidatos que propone la dirigencia de ese partido. Hasta podemos conjeturar que algunos ciudadanos afiliados a un partido político, no necesariamente votan por los candidatos que propone esa dirigencia, sino que tienen su propia intención de voto. Es decir, pueden votar finalmente por un candidato de otro partido.

Una alianza de partidos políticos tampoco es realmente una alianza de todos o de la mayoría de los individuos que no son afiliados al partido que se alía; pero que anteriormente han votado por candidatos de ese partido. Por ejemplo, en una elección presidencial, una alianza de partidos, en el proceso de una segunda elección, no necesariamente es una alianza de todos o de la mayoría de los ciudadanos electores que no son miembros del partido que se alía; pero que, en la primera elección, votaron por el candidato presidencial de ese partido, y hasta le confirieron, a ese candidato, la primera o la segunda posición.

Precisamente porque una alianza partidaria puede ser alianza sólo de miembros dirigentes de los partidos, tal alianza no necesariamente equivale a agregar intención de voto. Empero, la alianza partidaria puede tener un efecto ilusionista, que consiste en provocar la impresión de que la alianza equivale a agregar intención de voto, y hasta la impresión conexa de que una alianza compuesta por un mayor número de partidos agregará más intención de voto que una compuesta por un menor número de partidos. Creo que quizá sólo los dirigentes de los partidos que se alían son víctimas de ese efecto ilusionista; o sólo ellos creen que la alianza necesariamente agregará intención de voto.

Una alianza partidaria hasta puede ser adversa. Por ejemplo, si los miembros dirigentes de los partidos que se alían han mostrado tener intereses evidentemente diversos, la alianza puede provocar confusión en el elector; o si algunos de esos mismos miembros dirigentes son tan carentes de prestigio, hasta el grado de ser maléficos modelos de político despreciable, la alianza puede provocar frustración o repugnancia en el elector.

En nuestro país, durante el período 1985-2011, sólo uno de los siete candidatos presidenciales ganadores fue propuesto por una alianza partidaria. Aludo a Óscar Berger Perdomo. Los otros seis candidatos ganadores, que fueron Marco Vinicio Cerezo, Jorge Serrano Elías, Álvaro Arzú Irigoyen, Alfonso Portillo Cabrera, Álvaro Colom Caballeros y Otto Pérez Molina, no fueron propuestos por alianzas partidarias. Es decir, en ese mismo período, excluida la alianza que propuso a Berger Perdomo, los candidatos presidenciales propuestos por alianzas partidarias no fueron ganadores. Y, por ejemplo, durante el actual proceso electoral, el candidato presidencial que propuso la alianza partidaria compuesta por el partido Unidad Revolucionaria Nacional Guatemalteca y el partido Winaq, penosamente logró 2% de votos.
Post scriptum. No hay una conexión mecánica entre estos factores: primero, interés político de la dirigencia de los partidos que convienen en aliarse; segundo, intención de voto de los ciudadanos no dirigentes que pertenecen al partido que se alía; y tercero, intención de voto de los ciudadanos que no pertenecen al partido aliado, aunque antes hayan votado por los candidatos que ese partido propuso.

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