John Carroll
Corría el año 1995 y yo estaba en mi último año de colegio. Ser del último grado supone un estatus que lo llena a uno de una seguridad, hasta ese momento desconocida, que lo hace sentirse a uno como un pavorreal por lo menos hasta que llega el primer año de universidad para caer como de un edificio de autoestima. De cualquier manera, comprende uno con los años, mejor ser cola de león que cabeza de ratón. Esa inyección de efímera seguridad me llevó a conquistar a mi primera novia de quien llegué a estar relativamente -solo el tiempo nos da la relatividad- enamorado.
Viví entonces una relación sana, divertida y agradable que francamente me hacía sentir bien. Risas, visitas, fiestas, muchacha de buena familia, los padres y hermanos me aceptaban, todo marchaba color de rosa hasta que pasado algunos meses empecé a notar cambios en el comportamiento de mi querida novia. Eso y algún bienaventurado amigo que filtró información me indicaba que probablemente ella terminaría la relación en cualquier momento así es que para tomar al toro por los cuernos una buena tarde me dirigí a su casa a enfrentar la situación y le increpé por su comportamiento para conmigo en los últimos días y le pregunté si tenía algo que decirme. Encerrado en un callejón sin salida no dejé que salieran palabras de su hermosa boca y corté con efusividad su tímido deseo de expresarse. Antes de que usted me mande al diablo -creo que fue diablo lo que dije- ¡Yo la mando mil veces al diablo a usted! exclamé como salvando mi honor en el último momento y acto seguido abandoné su casa con el sentimiento de ganador porque había sido yo y no ella quien terminó la relación.
Por supuesto que en la realidad el único perdedor había sido yo, que la quería y deseaba seguir con la relación aunque oficialmente no le di el gusto de que ella me mandara por un tubo. Como las noticias del corazón corren rápido entre la juventud, días después mi historia causaba risa entre mis amigos, tanto que hasta la fecha de vez en cuando me piden que se las relate. Claro que poco tiempo después a mí me causaba tanta risa como a ellos. Ni si quiera yo me la creía.
De esta curiosa historia me acordé ahora que el Dr. Manuel Baldizón renunció a su candidatura y al partido Lider cuando estaba a pocas horas de ser mandado por un tubo por el Tribunal Supremo Electoral. Antes de que me declaren perdedor, me cancelen el partido y se me fuguen los diputados, yo Manuel Baldizón, los mando por un tubo a todos y renuncio. Espero que al Dr. el triste final de su historia, como a mí, le sirva de aprendizaje y entienda que a la fuerza ni el chocolate es bueno. Si la pasión de Manuel Baldizón es el poder, lo tendrá que conseguir con otra novia porque aunque haya sido él quien presentó su renuncia es más que evidente que esta novia ya no lo quiere, nunca lo quiso en realidad, y lo que le toca es pasar la página y buscar el poder en sus empresas, su casa o con algún puñado de infelices seguidores que le quieran seguir sobando la leva. Esta novia, Guatemala, ya no lo quiere. El perdedor con todo y su pantomima de última hora es usted.