Isabel Pinillos
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El 15 de Septiembre celebramos nuestra fiesta de Independencia con nuevos bríos ante el surgimiento de una nueva Guatemala. Después de las primeras manifestaciones sociales de abril, existía en el ambiente la incredulidad propia del chapín sobre si estas protestas únicamente serían una “llamarada de tusas”, que con el tiempo se terminarían de extinguir y que las cosas regresarían a su estado original. Sin embargo, la presencia en la plaza continuó por más de veinte semanas, pero no fue hasta que el mundo reconoció el valor del pueblo guatemalteco que dejamos de pellizcarnos la cara y nos convencimos que este movimiento transformador era sólido.

En esta fecha patria, no puedo dejar de considerar que este fervor ciudadano debería tener un carácter más permanente, que los romanos llamaban “terra patria” que viene de las raíces “patris” (relativo a padre o antepasados) de donde surge la expresión “madre patria”. Me llama la atención, además, que el concepto de “Tierra” en todas las culturas siempre ha sido de género femenino, relacionada a la madre que simboliza la fecundidad generadora de vida. En este sentido, nuestra geografía ofrece mil razones para enamorarnos de esta madre fecunda.

El amor a la “madre patria” no comprende entonces únicamente símbolos heredados como una propaganda independentista, con la cual no todos nos identificamos y que nos fue inyectada en la clase de estudios de sociales sin ningún tipo de discusión ni valoración. La fiesta que celebramos a la mitad de septiembre corresponde a un acto simbólico de una élite minoritaria –de hombres- que con la firma del Acta lograron “sin choque sangriento” librarse del control impositivo de la Corona, para poder seguir aprovechando la tierra bajo sus propias reglas y calmar los intentos independentistas de los mestizos e indígenas que no tuvieron tiempo de reaccionar.

Incluso la independencia estadounidense que fue la primera en poner en práctica las consignas de la Revolución Francesa “libertad, igualdad y fraternidad” y cuyos valores siguen inspirando las democracias de hoy, fue una emancipación de los “hombres libres” de la época, no así de los esclavos ni de las mujeres. Hace varios años, visitando el acta de independencia de ese país, mi hijo de 7 años cuestionó ¿por qué si el documento proclamaba que todos los hombres eran iguales, Martin Luther King tuvo que pelear doscientos años después por la igualdad de los afroamericanos? Sin poder darle una respuesta satisfactoria, esta anécdota ejemplifica que las luchas independentistas en el mundo no se han iniciado a favor de todos, ni de la mayoría. Sin embargo, los valores que proclaman pueden ser aplicados con carácter universal.

Hoy, el espíritu independentista que se siente en el ambiente es el del guatemalteco que se ha librado de las cadenas de la indiferencia del pasado. Además, debemos seguir fomentando el amor a la madre patria, en todos los componentes sociales, desde las ciudades, al campo, hasta las capas emergentes entre la el mundo rural y urbano, así como en aquellos que estando alejados de la “madre tierra”, llevan a la “patria” en el corazón.

Esa es la independencia que añoro, la de nuestros propios prejuicios y de las ideas del pasado. Resuenen en todos los rincones de nuestro kaleidoscópico país: ¡Libertad! ¡Igualdad! ¡Fraternidad!

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