Oscar Clemente Marroquín
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En la actual legislatura el verdadero factor de poder estuvo, en su orden de importancia, en las bancadas de Lider, Partido Patriota, UNE y TODOS, mismos que fueron determinantes para marcar la agenda parlamentaria que ha sido una de las más cuestionables de la historia de esta era llamada democrática que arrancó en 1986 con la investidura del primer conjunto de diputados electos al tenor de la actual norma constitucional.
No hemos tenido otro Congreso en el que se haya actuado de manera tan irresponsable de cara al cumplimiento de los deberes de quienes tienen la responsabilidad de legislar y fiscalizar el ejercicio del poder público. De hecho, las leyes que fueron aprobadas por las aplanadoras conformadas por esos y otros partidos, respondieron a intereses muy particulares como la famosa ley que modificó la situación de las frecuencias radioeléctricas para beneficio puntual de operadores de telefonía y de televisión abierta. Para esas cuestiones, es decir para la emisión de leyes absolutamente clientelares, siempre hubo votos suficientes, mismos que no se volvieron a dar sino hasta estos días cuando la presión popular obligó a los diputados a votar a favor del antejuicio contra Pérez Molina.
La elección presidencial pendiente es importante porque la figura del Presidente de la República en Guatemala es y seguirá siendo determinante, pero el quid de cualquier intento de reforma no depende de la voluntad de quien resulte electo Presidente, sino de la voluntad de los diputados al Congreso de la República y la mayoría de quienes conforman ese importante poder del Estado son representantes que lograron su reelección, es decir que han sido parte del sistema, y los nuevos que llegan lo hicieron en condiciones idénticas a las de sus antecesores, es decir, teniendo que invertir para comprar la candidatura, y eso significa que por fuerza tendrán que buscar la forma de reponer el costo que tuvo su elección. Ya sabemos cómo es que se obtiene esa reposición de lo invertido, puesto que seguirán funcionando no sólo los listados geográficos de obras, sino el transfuguismo para buscar su continuidad como miembros de nuestro parlamento.
En ese panorama es que tenemos que preguntarnos muy seriamente si la Guatemala que veremos en enero del año 2016 permite alentar más ilusiones y expectativas que la Guatemala de hoy, representada por los actuales diputados. Es en realidad la pregunta del millón porque, repito, no dependerá de quién gane la Presidencia el que se busque una reforma profunda del Estado, sino que todo empeño en tal sentido pasa por necesidad y mandato constitucional por el Congreso de la República que tendrá la sartén por el mango.
Los guatemaltecos dieron en estos meses muestra de preocupación seria por los vicios del sistema y dispersaron sus votos en algunos casos, pero el resultado ha sido la consolidación de las fuerzas más tradicionales del país y, más que eso, su legitimación en las urnas. El resultado electoral en cuanto al Congreso es incuestionable y para revés de las aspiraciones de cambio y transformación, la forma de elegir diputados por planilla terminó confirmando que no había forma de elegir únicamente a los buenos porque aún si había uno bueno, al elegirlo jalaba a varios parias.