Llega hoy a su fin la campaña electoral que se inició hace prácticamente cuatro años y que se ha mantenido en abierta violación de la ley. Con artimañas y jugarretas se le dio vuelta al mandato legal y los políticos no sólo realizaron propaganda sino que se dedicaron a lo que mejor saben hacer, es decir, comprar voluntades mediante el uso de los abundantes y nunca bien fiscalizados recursos que obtienen de sus financistas que son los que se convierten en beneficiarios del poder, gane quien gane.
Hasta los que estaban fuera del mapa hace unos meses, ahora se han convertido en chinchín de los financistas que al verles la menor posibilidad se han puesto a sus órdenes, para lo que haga falta, sabiendo que cada centavo que se invierte en la campaña significa la certeza de recuperación con creces porque así es como funciona nuestra política.
En La Hora se ha dicho desde hace por lo menos tres procesos electorales que el voto nulo es para quienes manifiestan su descontento con los candidatos, mientras que la abstención ejercitada como un acto racional, es el rechazo al sistema. En otras palabras, votan nulo o en blanco los que entienden que el problema está en la oferta electoral, pero se tiene que abstener todo aquel que esté convencido de que la falla es del sistema, que es la forma en que funciona nuestro modelo político lo que termina por pervertir al país y a sus instituciones.
El caso es que a partir de hoy, al filo del mediodía, empieza un período de reflexión sin tener que escuchar las canciones que anuncian las distintas opciones políticas. Un período para que cada ciudadano reflexione seriamente sobre lo que es nuestro país, lo que puede ser si votamos o sobre cuál es el papel que nos corresponde si queremos un cambio más profundo.
Votar, en cualquier sentido, es una forma de legitimar el sistema y de mostrar aceptación a la forma en que los partidos y sus dirigentes escogen a sus candidatos y los promocionan. Es aceptar esa forma de «democracia» que pone al Estado al servicio de los financistas de campaña que son los verdaderos amos del país. No por gusto los que fueron financistas tradicionales al principio de la era democrática se consideraban y presentaban como los dueños del país, papel en el que ahora tienen competencia por nuevos actores que les están disputando el poder hegemónico que mantuvieron por muchos años.
En resumen, vienen horas de reflexión que ahora tiene que ser a la luz de lo que ha ocurrido en los últimos cuatro meses y en lo que debemos hacer en el futuro.