Mario Álvarez Castillo
El sistema democrático está fundamentado en la libertad individual y en el logro del bien común. Desarrollado ese principio fundamental entre los gobernados, corresponde al que gobierna respetar la libertad por ellos ejercitada con límites de conveniencia para que no existan colisiones que dañen la libertad de los demás. Eso implica que no debe permitirse el desborde de cualquier pasión que derive en libertinaje; además, el beneficio de todos para cuyo efecto deben destinarse los tributos establecidos. Debe lograrse el equilibrio.
Cuando se insiste en que toda decisión desde el ente gobernador hasta el gobernado “debe ser consensuada”, se cae en una frase dañina, debido a que no es posible, visto desde nuestra cultura, que alguien tenga la hidalguía de reconocer el mejor parecer del que concibe una idea diferente. Ejemplos sobran y en fecha reciente, el vaso de agua enviado al rostro de otro, ambos representantes del pueblo que llamamos Congreso de la República.
El diccionario (DRAE), define el vocablo Democracia, como el Gobierno en que el pueblo ejerce la soberanía; y surge de las voces griegas que la conforman como démos, pueblo; y kratos autoridad.
Se invoca con demasiada frecuencia el concepto, pero desfigurado a conveniencia, para entenderlo como un conjunto de derechos, desprovistos de obligaciones, cuyo cumplimiento se exige a quienes hacen gobierno generalmente imposibilitados, sea por expectativas falsas o por promesas deliberadamente irrealizables; pero se olvida que para la validez de la democracia, se requiere por un lado de un pueblo culto; y del otro, que sea guiado por personalidades responsables, porque ambos elementos es obligado que se complementen O sea que resulta inútil que la Constitución exprese que el “sistema de Gobierno es republicano, DEMOCRÁTICO y representativo.” Sólo queda en un enunciado o en una aspiración.
No basta contar con un pueblo finamente cultivado, si le gobierna una gavilla de políticos insaciables. O, si los que gobiernan son un dechado de virtudes, pero es el pueblo el irrespetuoso porque el resultado es el mismo. Esa apreciación nos lleva a la ineludible conclusión de que primeramente, son los pueblos los que deben estar preparados para su ejercicio, lo que hace validar la frase: “Cada pueblo tiene el gobierno que se merece”. No es entonces que por describirlo la Ley Fundamental, ese sistema emergerá espontáneamente.
Como dice Antonio Gala en su obra “En propia mano”, “La democracia es igual que el movimiento: se demuestra andando; se perfecciona andando; se afirma en su propio progreso. Si se detiene, muere. A la democracia, como a la vida, no se le puede suplicar “Espérate un par de años, hibérnate, hazte la distraída, no hagas ruido, ya vendrán tiempos mejores” porque se muere. NO ES QUE CORRA PELIGRO, ES QUE SE MUERE Y NO HAY QUIEN LA LEVANTE”.
Si eso ocurre, hay que empezar de nuevo. Eso explica por qué hemos actuado como el péndulo de los relojes “Abuelo” y hemos transitado de lo que hemos llamado democracia y ante los abusos, hastiados, clamamos los gobiernos de hecho. Y lo que no podemos olvidar cada vez que debamos elegir, es que La democracia no garantiza un buen gobierno; sólo lo hace posible.