Luis Fernández Molina

Se acercan las grandes festividades de las pascuas cívicas, la solemne celebración en que cada cuatro años se glorifica y rinde pleitesía a la voluntad popular. El pueblo fiel se apresta para subir los escalones de los templos y participar en la apoteosis. Un día fijado desde antiguo en los sagrados pergaminos de la cosmología patriótica. Toca esta vez, según marca el movimiento de la Luna y de la constelación de Acuario y conforme a las inscripciones de Tikal, el domingo 6 de septiembre.

Cuatro meses antes –previo el inicio de la temporada lluviosa– los pregoneros se apostaron en todas las calles y esquinas, acompañados del redoble de tambores y percusión de trompetas, a viva voz proclamaron ceremoniosamente el inicio de las festividades. Desde entonces, las vísperas de tan magno acontecimiento se manifiestan profusamente en paredes, postes, aceras, hasta piedras y troncos de árboles. Se despliegan ornamentos con insignias alusivas a la gran decisión. Colores diversos y combinados –azul, rojo, verde, morado, anaranjado–, emblemas y proclamas que se divulgan como plegarias que habrían de repetir los devotos de alguna secta particular. En los medios se corean las mismas letanías que preconizan un paraíso en esta tierra: crecimiento económico, más empleo, mejores condiciones de salud, bolsas de ayuda y claro está, la reiterada promesa de honradez.

Los feligreses se están preparando para depositar sus ofrendas votivas en los altares que se habrá de instalar en las plazas públicas: las mesas electorales. Tras una larga espera de 48 meses la grey se alista en cuerpo y ánimo para el consagrado rito del sufragio, máxima expresión del culto, en la que deberán confiar sus más íntimas peticiones. En el momento supremo en que depositan las papeletas electorales, se alcanza un trance personal, íntimo, una transformación ciudadana, un Nirvana y se elevarán sus oraciones al Olimpo de la colectividad. Habrá de elegirse al nuevo sumo sacerdote así como a los nuevos miembros del Sanedrín político y de los acólitos de la democracia. Es el oráculo de los dioses. Que hablen las urnas.

Pero cunde la preocupación entre los grandes sacerdotes porque la población ha ido perdiendo la fe. Cada vez son más los incrédulos y menos los creyentes de corazón. ¿Acaso quieren regresar a sus creencias paganas? ¡Apóstatas de la democracia! Muchos acuden a las conmemoraciones por la pura tradición familiar, por inercia o por curiosidad. Algo está fallando en la liturgia. Los rebaños ya no son tan dóciles. ¡Oh pueblo incrédulo! No han entendido las virtudes sacrosantas de la democracia. ¿Acaso ignoráis que la voz del pueblo es la voz de Dios?

¡Oh, culto de la democracia! ¡Oh, tributo a la mayoría! ¡Oh, devoción de la masa! ¡Oh, patética fe ciega en una sabiduría colectiva que –irónicamente– se integra por la suma de ignorancias individuales! ¡Oh, aristocracia de los oradores! ¡Oh, intercambio de mando, traslado de un poder constitucional arbitrario a otro poder constitucional arbitrario! ¡Oh, democracia, camino del despotismo que yergue un poder ejecutivo contrario a la voluntad general! ¡Oh, pueblo de ingenuos que habrá de escoger a sus próximos dictadores! La democracia es el peor sistema de gobierno diseñado por el hombre, a excepción de todos los demás. Churchill.

Nota: He tomado citas de Hobbes, Kant, Proudhon, Charles Bukowski, Henri Louis Moulins.

PD. Sería interesante que se publicaran los nombres de los primeros siete candidatos del listado nacional (31 diputados), municipios de Guatemala (19) y metropolitano (11) y de cada distrito. Ingrese al portal del TSE (incompleto) y se llevará muchas sorpresas.

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