Adolfo Mazariegos
Señor Presidente, hoy quisiera aprovechar estas líneas para realizarle brevemente una pregunta, aun sabiendo (o imaginando de antemano) su respuesta. Me gustaría preguntarle, quizá a manera de ejemplo, ¿qué le parecería si un día, confiando usted en alguna persona determinada, le entrega la llave de su casa y le pide que la cuide y que la trate lo mejor que pueda mientras usted regresa? Esa persona le da su palabra de que no hay porqué preocuparse y promete cuidar su casa tal como usted espera que la cuide. Seguramente usted haría aquél encargo con la mejor de las intenciones y de buena fe; pero imagine que al regresar a su casa, usted encuentra en su sala una gran fiesta en la que hay gente que no conoce (o tal vez sí), su cocina está desbaratada y sucia, su refrigerador totalmente vacío, su cafetera fundida, en su garaje su auto personal ya no está, su jardín ha sido destrozado y sus baños se encuentran inmundos y sin insumos, y en las habitaciones los muebles que antes tenía, ahora brillan por su ausencia… Supongo que si algo así le sucediera, estallaría en el acto y sacaría de su casa a aquél en quien ha depositado su confianza y a quien, habiéndole confiado su hogar y sus cosas, ha hecho algo que no tenía permitido y que, además de haber traicionado esa confianza, hizo destrozos y cometió abusos evidentes por todos lados… Sabe señor Presidente, por favor no piense que lo estoy juzgando o pidiéndole explicaciones, eso ya lo han hecho miles de chapines a quienes no ha respondido usted satisfactoriamente (y seguramente le seguirán pidiendo esa explicación que aún no llega), pero, lo que sí quisiera hacer, es recordarle que Guatemala es el hogar de millones de guatemaltecos y guatemaltecas, que, aunque no hayan votado por usted, merecen respeto y merecen que su casa esté limpia y en orden hasta que llegue el momento de devolverles la llave. Hoy, esta hermosa casa llamada Guatemala se encuentra en desorden, con escasos recursos; con instituciones sin insumos; con niños desnutridos que en el interior del país se mueren de hambre; con comunidades cuyas vías de acceso son prácticamente intransitables; con madres y padres de familia sin un trabajo que les permita llevar comida a sus mesas; con escuelas sin pupitres, sin libros y sin servicios básicos; con hospitales llenos de pacientes, pero sin medicamentos; con bellas ciudades y pueblos azotados tristemente por violencia en aumento…, pero…, en fin… La historia de nunca acabar, ¿verdad? Lo triste es saber que hoy, después de casi cuatro años, todo un pueblo ha encontrado una casa como la descrita líneas arriba, y sin siquiera haber recibido de vuelta la llave todavía. Disculpe la pregunta Presidente, sé que tiene muchas cosas que atender en estos días, pero la verdad es que no quise quedarme con esa pregunta atorada en la garganta. Y como dije al inicio, creo conocer de antemano su respuesta, o por lo menos intuirla.