Jorge Mario Andrino Grotewold.
@jmag2010

Justo cuando se consideraba que la situación política de un país no podía empeorar, incluyendo a sus actores recientes y de quienes optan por llegar a ejercer el poder del Estado, aparece de la nada, sin lógica y sin amor al país, un actor que guardaba silencio y del que al menos se esperaba más consciencia: el Vicepresidente de la República.

Cuando fue electo, la historia reciente de Alejandro Maldonado se remontó a recordar el haber sido magistrado constitucional, estudioso del Derecho y hombre que a pesar de haber bregado en la política, tenía un conocimiento técnico del Estado, al haber sido diplomático, diputado, canciller y ministro, además de jurista. Ese antecedente político, pero sobre todo técnico, así como el hecho de no estar involucrado con las fuerzas partidistas de los últimos años, le valió no sólo un voto de confianza de alguna parte de la población para asumir la Vicepresidencia en tiempos de crisis, sino además de que en parte, sería garante de un orden público, constitucional, institucional y transparente.

Ante la reciente crisis, donde el cuestionamiento de legitimidad del Presidente es muy grande, la expectativa de que Guatemala contara con un Vicepresidente de jerarquía e hidalguía también creció, y con ello la petición de renuncia del actual mandatario, que se niega a abandonar un gobierno en crisis. Pero la salida de funcionarios afines al sector privado y de otros que, aparentemente no sabían de los escándalos de corrupción y enriquecimiento ilícito –renuncia tardía-, así como las múltiples peticiones públicas de renuncia por instituciones como el Procurador de los Derechos Humanos, el Rector de la Universidad de San Carlos, el Contralor General de Cuentas, el Consejo Nacional de Seguridad y la Procuradora General de la Nación, dieron pie a denotar una solicitud de renuncia al Presidente pendiente: la del vicepresidente Maldonado Aguirre.

Ante su ausencia sin justificación, tanto de la vida pública como de la crisis actual, el vicemandatario se vio obligado a dar declaraciones en una entrevista pública en un programa de televisión, en donde no sólo se le vio ágil y estratégico en sus respuestas, sino además con una notoria tranquilidad de sus acciones y omisiones, indicando que por virtud de ser él quien sucedería al mandatario en una eventual renuncia, le era imposible solicitársela. Sus razones, aunque incomprensibles para la población, las esgrimió por virtud de lealtad política y elegancia, indicando que la ética política le impedía hacer gestión alguna, aunque el Presidente había escuchado el clamor popular.

Su frialdad al expresar esa errónea lealtad a un funcionario de gobierno, empleado del Estado y acusado de múltiples delitos, causó decepción en quienes escucharon el programa y permitió razonar que al final, el Vicepresidente no era más que un político tradicional, al que habían encontrado con un perfil técnico para llenar un vacío derivado de la coyuntura. Él ha preferido, no sólo no apartarse del régimen de gobierno, al que no le debe ninguna lealtad, sino además de ello, hacer de oídos sordos no sólo a la población que le reclama acciones, sino también a las acusaciones criminales que encausan a su superior administrativo.

Para muchos, esa falsa lealtad no sólo es equivocada sino perversa, porque abusando del término de la ética, omite apoyar a una población que requiere su acción directa e inmediata. Ni elegante ni leal se ha visto al Vicepresidente con esa actividad. Y por ello toma fuerza el refrán: dime con quién andas y te diré quién eres.

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