Juan José Narciso Chúa

El momento es propicio para cambios, no hay duda de ello, la coyuntura ha resultado en un hecho inédito para la historia de nuestra sociedad. Acudimos hoy a un suceso que puede convertirse en un factor de cambio, un parteaguas para liberarnos del secuestro de la clase política enquistada en el Congreso de la República, otros que llegan y se van en la Corte Suprema de Justicia, aquellos que no salen de la Corte de Constitucionalidad y otros que deambularon por el Ministerio Público.

Hoy todo ha sido expuesto y comprobado, los atinados procesos documentados por la CICIG y el Ministerio Público, presentan contenidos que resultan inobjetables y que muestran -algo que todos sabíamos, pero no podíamos comprobar-, cómo toda la élite gobernante, se ha aprovechado del Estado para enriquecerse geométricamente, luego salir sin ninguna vergüenza y disfrutar de sus nuevas fortunas.

Las elecciones constituían hasta hoy, un rito simbólico no más, un paso de transición entre unos políticos para dejar a otros en el mismo negocio, un pacto de silencio y complicidad firmado con la sangre de personas que no tuvieron la posibilidad de trabajo, salud, educación, seguridad social y seguridad ciudadana, mientras otros se embolsaban fácilmente, varios millones, mientras sonreían airosos y pasaban a formar parte de un nuevo empresariado que emergía con fuerza, sustentado por capital propio para colocarlo fácilmente en nuevas y redituables nuevas inversiones.

Y no estoy hablando únicamente de este grupo de criminales del partido de gobierno y sus funcionarios, estoy hablando de muchos de los políticos que pasaron por el poder, tanto en el Ejecutivo, como el Legislativo, el Judicial y las instituciones de control del Estado.

Las elecciones hoy representan un obstáculo real en la posibilidad de cambio, que esta sociedad sigue protestando para que ocurran cambios de fondo, no modificaciones “suaves” o engañabobos, para continuar la juerga, sin parar y riéndose a nuestras espaldas, sabiendo que el tiempo corre a favor de ellos.

Además, las elecciones nos presentan a los mismos candidatos de siempre, aquellos que ahora van a repetir, o aquellos ansiosos que quieren llegar a ese nivel, para enriquecerse sin control y asegurar el futuro de sus familias, sin que el origen de sus fortunas y el costo de oportunidad de robárselo, haya sido la muerte, la enfermedad, el dolor, la angustia y la desesperación de miles de ciudadanos sin esperanza y oportunidad. Muchos de ellos hoy se visten de pureza hipócrita, cuando se conoce su pasado y su forma de operar en distintos gobiernos.

No voy a votar. No voy a darle legitimidad a un proceso que goza de total falta de credibilidad. No voy a reproducir un sistema que nos ha engañado siempre. Aquellos que dicen que las elecciones representan la salida para mantener la institucionalidad mienten, tanto columnistas como el CACIF que aprueban este argumento. Tampoco coincido con la PDH -que ha hecho un buen trabajo-, pero se equivoca al decir que se deben aprobar las reformas de la Ley Electoral y de Partidos Políticos, tal como la modificó el Congreso de la República, no. Estoy en la línea que se posterguen las elecciones, que las mismas no se lleven a cabo hasta que se aprueben las reformas a la ley mencionada, pero que sean válidas para estas elecciones. No voy a votar por ningún delincuente que se encuentra inscrito y son muchos. Las elecciones hoy perdieron todo sentido para la ciudadanía honrada, pero siguen siendo el rito para los conservadores, continúan expresando el puente de plata para continuar la parranda de la clase política y serán el quiebre que estos dos grupos últimos demandan para no cambiar absolutamente nada. Las elecciones generales y Otto Pérez Molina son equivalentes, una farsa. La sociedad debe seguir presionando para cambios radicales, de otra forma, el país habrá perdido una enorme oportunidad para la transformación real de las relaciones de poder.

Artículo anteriorEntre lecciones y elecciones
Artículo siguienteAntes, ahora y después del 14 de abril