Isabel Pinillos
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Se acerca el 6 de septiembre, una fecha que se ha colocado en la agenda de los guatemaltecos como una cita inexorable con el destino del país. Una fiesta electoral que nos resistimos a celebrar en su plenitud bajo la consigna de “en estas condiciones no queremos elecciones” que tuvo un parteaguas el 16 de abril de este año, que marcó el inicio del despertar ciudadano.

El actor principal en esta nueva era ha sido el pueblo, impulsado principalmente por los jóvenes hastiados de las diferencias tradicionales que han separado a la sociedad. Estudiantes, familias, campesinos, profesionales, empresarios, organizaciones civiles, han manifestado su rechazo a la corrupción del Estado que ha sido develado en toda su podredumbre por la ahora aclamada CICIG, bajo el valiente liderazgo de Iván Velásquez y el apoyo de la fiscal general Thelma Aldana.

Gracias a los jueves de CICIG, tenemos un diagnóstico de corrupción en el que está sumergido el Estado, como un cáncer que se ha extendido en todos los órganos vitales del gobierno. Los fallidos intentos de reformar la ley, no dieron fruto en un campo infértil para el cambio. Los diputados, los antihéroes en este proceso, mostraron que la preservación del status quo está por encima del clamor ciudadano.

¡Si tan sólo tuviéramos más tiempo! Si tan sólo hubiéramos despertado de la coma política antes. En estos meses, Guatemala alzó su voz, se levantó de un largo letargo para pedir la depuración del sistema. Todavía este fin de semana una manifestación se hizo presente en la plaza pidiendo nuevamente la renuncia al Presidente, mostrando su total rechazo al sistema. Las instancias se agotan, y el calendario sigue botando las páginas que nos acercan a la fecha del gran festín electoral. Pero cuando somos los lechones que serán sacrificados para saciar por cuatro años más la gula del gobierno de turno, la fiesta no es tan alegre.

En la recta final, los candidatos buscan ganar el voto “indeciso”. Cuestiono si en realidad este es el adjetivo adecuado para describir un rechazo profundo a la oferta electoral, dentro de un sistema que no ofrece salidas decorosas en el corto plazo y ante una fecha impostergable en aras de preservar el sistema democrático que tantas décadas ha costado. Me vienen a la mente otros calificativos como voto “frustrado”, “impotente”, “de repudio”.

Ya sea que nuestro voto sea consciente, nulo, o al “tin marín”, éste influirá en los próximos cuatro años. Es por ello que no debemos desperdiciar esta oportunidad y buscar una estrategia de voto que cause el menor daño al país. Para ello es necesario revisar los planes de gobierno y la experiencia y/o equipo de trabajo de los partidos.

La cuenta regresiva hacia el 6 de septiembre, nos indica que debemos reescribir nuestros objetivos de “para estas elecciones” a “para las próximas elecciones”. De la vorágine de acontecimientos sucedidos desde abril, por lo menos ahora conocemos el diagnóstico de nuestra enfermedad, el cual nos permitirá encontrar la medicina para combatir la corrupción. Los antídotos, serán las reformas a las leyes electorales, de contrataciones públicas y de servicio civil que cambien las reglas del juego así como el surgimiento de verdaderos liderazgos y equipos de trabajo.

Señores, abramos los ojos. Esto no termina el 6 de septiembre, comenzó el 16 de abril como el inicio de una nueva era democrática del país. Las manifestaciones deberán continuar, pero no como acontecimientos aislados sino como una fuerza generadora de movimientos ciudadanos, de foros y debates, que logren los cambios estructurales y el respiro que necesita Guatemala.

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