Cuando uno ve a un político como José Mujica y le escucha explicar su concepto de la ética, sentido del servicio y filosofía ante la vida, no puede sino sentir envidia enorme, sana pero inmensa, porque no parece justo que a un país como el nuestro Dios le niegue la oportunidad de disponer de dirigentes de esa calidad, de esa formación y prestancia y que, en cambio, nos haya llenado de tanto hablador inútil que jamás piensa en el país.
Mujica no rechaza la ambición personal, pero dice que quien quiere hacer dinero se debe dedicar exactamente a eso como empresario y como diligente trabajador en la iniciativa privada. La política no es para hacer dinero ni amasar fortuna porque su sentido es el servicio público y especialmente la atención a los más necesitados. ¿Por qué será tan difícil entender eso entre la mayoría de políticos de distintas latitudes y especialmente entre todos, léase bien, todos los políticos guatemaltecos?
Nosotros tuvimos a un gobernante honesto y decente y la figura que más se aproxima a la de un líder como el que ahora envidiamos es sin duda Juan José Arévalo, el humanista que terminó su vida dependiendo de una modesta pensión que le fuera asignada sin que alguien en el país pudiera reclamar por ella. Pero el resto de la lista es de espanto porque la corrupción ha marcado a todos los regímenes. Cierto que los robos de antaño parecían escamoteo de niños y hasta el más escandaloso a mediados del siglo pasado, el de Miguel Ydígoras Fuentes, derrocado por un ejército que invocó la corrupción como razón, queda como anecdótico al compararlo con lo que hemos visto en esta “apertura democrática” que ha propiciado la piñatización de bienes públicos y el saqueo del Estado.
No nos cabe duda que en Guatemala hay personas que tienen ese concepto de la ética y del servicio público para actuar con honestidad, pero tenemos un sistema que los excluye porque aquí, para entrar al ruedo, es preciso vender el alma al diablo y pactar con los poderes reales que resultan extraordinariamente poderosos y condicionan a los políticos desde que se vuelven candidatos y los aprietan cuando llegan al poder. No es que no tengamos esa calidad de personas, pero quienes tienen virtudes como las que ahora exaltamos no tienen cabida en la pocilga construida bajo el nombre de “sistema político” que fue diseñado y articulado para facilitar la corrupción y consolidado mediante los vergonzosos pactos de impunidad que se renuevan cada cuatro años para beneficio de los corruptos.