Adolfo Mazariegos
El fin de semana que concluyó recién ayer, escuché un comentario que no dejó de llamar mi atención: una ciudadana, refiriéndose a la actual situación sociopolítica de Guatemala, decía (con palabras que no dejaron de parecerme una curiosa mezcla de realidad y jocosidad), que parecía que el país viviera actualmente en una novela cuyo título bien podría ser (supongo que parafraseaba al Nobel García Márquez), “La obstinación en tiempos de cólera” (no “del” cólera). No pude evitar escuchar también la posterior explicación que daba a su interlocutora, diciendo que la obstinación pareciera ser, en la actual coyuntura, una constante en el actuar de ciertos ciudadanos y aspirantes a cargos de elección popular. Eso me hizo reflexionar también en una realidad que podría ir paralela a esa forma de pensar: ciertamente, aunque me parece que la dama que decía aquello no dejaba de tener razón, bien valdría la pena acotar que Guatemala dejó de ser aquel país de cuatro años atrás, y seguramente tampoco será el mismo que reciba un nuevo gobierno el próximo año, es más, se esperaría que así fuera, porque eso significaría que el país está dando pasos hacia adelante en lo que respecta al valioso y necesario involucramiento de la ciudadanía en algunas de las decisiones que usualmente se tienen que tomar como parte de las funciones propias del Estado, encargadas éstas funciones por los votantes a los gobernantes electos (y no olvidemos que el pueblo es uno de los elementos constitutivos básicos e indispensables del Estado). De más está decir que, si un gobernante o funcionario público ostenta ese cargo, es sencillamente porque el pueblo ha permitido que así sea, y eso, al mismo tiempo, da al ciudadano el derecho de pedir cuentas cuando las cosas no están caminando bien, tal como se ha evidenciado durante los últimos meses. Ahora, retomando el pensamiento inicial de este breve texto en su sentido contrario, eso no sería una obstinación, sino el simple ejercicio de un derecho que la misma ley y la Constitución de la República le confiere al soberano (el pueblo), y en ese sentido, nuestro título de hoy refleja, asimismo, la existencia de un sentimiento ciudadano asociado a la desaprobación de acciones y actos condenables como la rampante corrupción que hoy día nos afecta a todos. Ese sentimiento la dama lo describió como: “la cólera”, que en este caso define ese cansancio y hartazgo que hasta podría decirse que es respirable en el ambiente. Por eso, sirvan estas sencillas líneas como un punto de partida para una necesaria reflexión en torno a la decisión que cada guatemalteco debe tomar el próximo seis de septiembre, sin egoísmo, pensando no solo en el hoy, sino en aquellos que vienen detrás y que el día de mañana tendrán que estar adelante. El final de esa novela que aquella dama parafraseó (quizá sin percatarse) al decir que es lo que Guatemala vive, aún no se escribe, ¿qué final quisiera usted escribirle?