Eduardo Blandón

Contrario a lo que puedan pensar algunos, creo que sí tiene sentido no asistir a las urnas para participar en ese juego macabro que algunos llaman “democracia”.  Aunque respeto la opinión de los que opinan que votar es oportuno porque hay candidatos dignos y capaces, honestos y con proyectos de país, estoy poco convencido de ese punto de vista que me parece, hasta cierto punto, cándido.

No votar, en primer lugar, es una forma de expresar la voluntad ciudadana, manifestando repudio por la conformación del Estado.  Es un decir: no me apetece cómo está estructurada la cosa pública.  Se trata de renunciar a un acto que desde 1986 con el mal recordado Vinicio Cerezo, ha producido gobiernos corruptos.  Todo, con la bendición de los votantes.

Y no es que la ciudadanía tenga culpas y deba darse golpes de pecho.  Los guatemaltecos cada año inauguran una nueva ilusión empujada tanto por la naturaleza propia que mueve a la esperanza como por las campañas mediáticas que aturden y que finalmente influyen en la voluntad de los votantes.  Pero debemos decir basta.

Algunos juzgan poco inteligente la ausencia porque con ello se benefician malos candidatos.  Pero ello presupone que los hay “buenos”.  Otros más moderados dicen que se trata, finalmente, de elegir al menos malo.  Sin embargo, eso creo, es un juego perverso, poco digno de una ciudadanía moralmente saludable.

Debemos ser honestos: como están las cosas, cualquiera que llegue a la Presidencia (Manuel Baldizón o Sandra Torres), inaugurarán un nuevo período de corrupción.  No se necesita tener un espíritu agudo para saber que las dos campañas tienen la bendición de personajes peligrosos asociados al narcotráfico y/o a la oligarquía.  En ambos hay personajes oscuros, tranceros y dignos de calabozo.  ¿Por qué prestarse para darles la bendición a través del voto?

“Porque uno o una de ellos es más peligroso”, dicen.  La verdad, sin embargo, es que las turbas que han expoliado al Estado desde 1986 han pertenecido a grupos comandados por Presidentes “con cara de yo no fui”: Arzú, Berger y Colom, por ejemplo.  Es “vox populi” que incluso uno de ellos sigue haciendo de las suyas, hace mil años desde la Municipalidad de Guatemala, con un “plus” particular, su autoritarismo de antología.

Hay otra razón más, para terminar.  La ciudadanía quiso darle una oportunidad al sistema promoviendo modificaciones desde el Congreso de la República.  No se pudo.  Los políticos siguen enganchados a la estructura que les permite el lucro y piden ahora que el pueblo vaya contento el 6 de septiembre a votar por la inmundicia que representa el sistema.  Eso debe o debería ser improcedente.  Tiene sentido quedarse en casa, eso sí, preparando nuevas batallas.

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