La irresponsabilidad de los políticos no siempre se traduce en repudio ciudadano y hay ocasiones en que el carácter histriónico o abusivo de algún candidato lo hace subir puntos, sobre todo cuando se sale del rebaño para atacar a la clase política generalmente desprestigiada aquí y en cualquier parte del mundo. Donald Trump posiblemente sea el caso más visible de cómo puede crecer una candidatura hablando literalmente babosadas y hasta lanzando ofensas y explotando el resabio de racismo que hay en extensos sectores de la humanidad.

La tarima aguanta con todo o con casi todo, porque resulta que las mismas expresiones intolerantes y ofensivas que hicieron subir como espuma a Trump en las encuestas le pasaron su primera factura. La semana pasada fue marginado de una importante reunión conservadora, a la que había sido invitado como orador principal, luego de las frases ofensivas cuando insinuó en CNN que la moderadora del debate republicano y periodista de Fox News que lo interrogó en el debate, actuó de esa manera porque estaba en su período menstrual.

No obstante, la última encuesta publicada muestra que contra todo lo que la lógica indica, Trump sigue creciendo y alcanzó la delantera absoluta en las primarias, por ahora, con más del 30 por ciento del favor de los republicanos encuestados, lo cual supera con mucho las expectativas. Porque mucha gente pensó que el fenómeno Trump era posible por la existencia de un voto muy ignorante en el bando conservador que se entusiasma por la oferta de no sólo construir un muro para evitar que pasen los hispanos, sino que, además, quiera obligar a México a que pague por ese muro. Ideas racistas en extremo que, por lo visto, encuentran suficientes seguidores como para que un individuo de ese calibre vaya a la cabeza de las encuestas.

Y eso ocurre en una sociedad que es la vanguardia del primer mundo, donde se supone que tienen un electorado más ilustrado e informado que en otros países, pero por lo visto en todas partes se cuecen habas cuando se trata de que los payasos irresponsables puedan optar a cargos públicos, lo que explica mucho la enorme mediocridad que se nota entre los distintos gobernantes, tanto en países grandes como en los países pequeños.

Aquella idea de estadistas dirigiendo los países pasó a la historia, porque la democracia se volvió pistocracia y no importa cuánto tenga un candidato en la cabeza, sino cuánto tenga en la billetera. El caso de Donald Trump demuestra el enorme esfuerzo que hay que hacer para revalorizar el concepto mismo de la democracia en todo el mundo.

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