Luis Fernández Molina
En el siglo XVI la jerarquía católica aprendió una lección de forma contundente: la fórmula infalible para dispersar el rebaño era facilitar que todos leyeran la Biblia y que cada persona –o cada guía o pastor– hiciera su particular exégesis según su entendimiento o su iluminación. Las llamadas “herejías” no eran más que desiguales interpretaciones de los textos discordantes con la visión romana. Brotaron muchas iglesias o corrientes diferentes: Lutero en Alemania, Calvino en Ginebra, Knox en Escocia, Servet en España, Bruno en Italia, Zwinglio en Basilea, hasta el secular Enrique VIII. Cada grupo quería asegurar “su Biblia” traducida conforme su dogma; cabe señalar que eran doctrinas diferentes y hasta muy contradictorias. Asimismo cada dirigente quería definir qué libros se incorporaban y cuáles tenían que ser rechazados. En la Iglesia de Jesucristo de los Últimos Días adicionan otro testamento que comprende la visita de Jesús a América en el llamado Libro del Mormón.
Viene aquí la pregunta ¿qué texto proponen los diputados que se debe leer en las escuelas públicas? Por otra parte, la lectura bíblica requiere de una orientación doctrinal que instruya sobre diferentes aspectos, algunos muy difíciles de dilucidar o que admiten varias explicaciones. Pasajes con idéntico texto se comprenden de muy diferentes formas, algunos ejemplos: el sentido de la cena del Señor (la transubstanciación); la vigencia de los sacramentos; la consagración de ministros; el ayuno; el celibato; las imágenes; la celebración del domingo; la procedencia del divorcio; los diezmos; la homosexualidad; la observancia del sábado. Las doctrinas son diversas: unos ponderan la teología de la liberación, otros la teología de la prosperidad y por el contrario otros la humildad. Hay diferencias entre los credos de los Luteranos, Anglicanos, Presbiterianos, Puritanos, Mormones, Pentecostales, Shaddai, Verbo, Menonitas, Metodistas, Evangelio Completo, Lluvias de Gracia, Profecía Universal, etc. y cada uno tiene su propio ministerio y orden jerárquico.
Por otra parte la Biblia es un libro sumamente extenso y su lectura solo puede ser de ciertos capítulos. ¿Quién va a seleccionar los textos? Algunos episodios son incómodos o difíciles de explicar a los niños, como el abandono en el desierto de Agar e Ismael, el engaño de Jacob a su padre Isaac, la venta de José, la atracción de Betsabé y la muerte de Urías, las hijas de Lot después de la destrucción de Sodoma, los 200 prepucios que cortó David, las 700 esposas y 300 concubinas de Salomón y su acercamiento a la reina de Saba, entre otros que merecen orientación.
Sin profundizar en temas de fondo quiero hacer un comentario: la Biblia contiene poco más de 600 preceptos, ordenanzas o prohibiciones. ¿Cuáles cumplimos y cuáles no? ¿Quién determina las que se deben observar? Hay normas desde la circuncisión, los períodos menstruales, los flujos nocturnos, matrimonios forzados, la preparación de alimentos. Se avala la esclavitud y hasta la violación (Det. 22.28), prohíbe corte del pelo y punta de la barba, pena de muerte por trabajar el sábado, comer cerdo y crustáceos, usar ropa de diferente materiales, juntar carne y leche, sangre, mezclar animales y semillas de diferentes especies, ordena que las mujeres se mantengan calladas (I Tim 2:12) que no vistan como varones, entre muchísimos mandatos más.
No quisiera que se rebose a los niños con normas y prohibiciones, como aquellos que se afanan en ser santos pero se olvidan de ser buenos. Es sencillo, Jesucristo dijo que toda la Ley se resumía a dos preceptos: amarás al Señor tu Dios con toda tu alma y luego al prójimo como a ti mismo. Creo en el poder vivificante de la Biblia, se debe leer pero voluntariamente; acaso la única lectura obligatoria sería en el seno familiar como lo indica el Deuteronomio.