Eduardo Villatoro

Hace unos tres años, en viaje a San Marcos con dos paisanos y mi mujer hicimos escala en la casa de una de las hermanas de Miguel Ángel, en Quetzaltenango. Cuando pregunté por su papá, su hija Vicky dijo: “Porái anda. Caminando por aquí cerca”. Todo un muchachón centenario.

Don Alejandro Barrios, “El Gato” para sus amigos, se mantenía lúcido, fuerte físicamente y con un fino sentido del humor. Nació el 11 de enero de 1912 en San Pedro Sacatepéquez, San Marcos y cumplió sus siete vidas de maullador lisonjero bajo 32 presidentes, 9 de los cuales provisorios, 6 juntas militares, 4 gobiernos y una junta revolucionaria, y contó con la bendición de 10 pontífices, desde Sixto X hasta Francisco.

Su llama se apagó hace diez días y entregó su alma al Creador en paz consigo mismo y rodeado de sus hijos procreados con doña Berta Hercilia Cifuentes: María Virginia, Moisés Alejandro, Miguel Ángel, César Augusto y Berta del Carmen. Las mujeres hicieron de la docencia su destino, dos varones son artistas de la plástica y mi amigo Miguel Ángel es politólogo.

En aquellos tiempos terminar la escu ela elemental era un hecho relevante. El mozalbete Alejandro se hizo maestro empírico, percibiendo Q8 mensuales de sueldo, más un subsidio de Q2 de las finanzas municipales de El Rodeo; con el inconveniente que el Estado se tardaba un año en pagar. Pero su atracción no era el magisterio. Lo sedujo la confección de calzado, aprendió el oficio y con sus ahorros compró una zapatería. Llegó a ser la única en San Pedro.

A los 30 años de edad cayó en las redes del amor y contrajo matrimonio. Enviudó en 1952. Al final de esa década y principios de los `60 fue miembro de tres corporaciones municipales y luego fungió de alcalde y juez de Paz. Su sueldo no era estrambótico, pero lo suficiente para vivir decorosamente con Q75, menos Q15 de un seguro obligatorio. En su calidad de jefe de la comuna podía decidir un gasto hasta de Q9. Si superaba esa escandalosa cantidad debería contar con la aprobación del concejo.

Después prosiguió su vida al frente de su zapatería, a la vez que disfrutaba de la lectura. Leía entre 3 ó 4 libros al mes, de manera que podrá decirse que devoró 10 mil libros a lo largo de su fructífera existencia. También fue fundador de la Hermandad del Señor Sepultado y pionero en la práctica del futbol.

Por motivos familiares se trasladó a Quetzaltenango, donde permanecía activo con su círculo de amigos, muchos de ellos se le adelantaron en su viaje al infinito. Practicaba ejercicios sencillos y caminatas cortas y era la figura central en algunos anuncios comerciales, porque siempre fue buen mozo aún en su madurez. “El Gato” cumpliría 104 años en enero. No fue un héroe que destilara arrogancia, pero sí un hombre ejemplar que heredó integridad, bondad y humildad a sus descendientes.

(Antes de partir a Xelajú –según le contaron a Romualdo Tishudo- colocó este rótulo “Se vende esta casa” y un chusco le agregó subrepticiamente “Con todo y gato”).

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