Desde el inicio de nuestro actual período constitucional, y por la ausencia de verdaderos partidos políticos, la oferta electoral en nuestro país ha sido pobre y carente de un contenido que vaya más allá de la promesa vacía que se pronuncia para agarrar incautos, pero en esta elección atípica, en la que el sello dominante es la falta de entusiasmo de la población, en vez de que los políticos se vieran obligados a ser más creativos para atraer el interés del electorado, se ha visto que la oferta se ha vuelto mucho más pobre y desabrida.

Llama poderosamente la atención que en medio de la mayor crisis del sistema derivada del destape escandaloso de la corrupción, ningún partido se haya atrevido a formular una propuesta seria de rediseño del sistema político y, por el contrario, todos están en el Congreso apostando a realizar si acaso reformitas babosas que no atacan el fondo del problema. Nadie, entre los candidatos presidenciales, ha tenido la entereza de denunciar los vicios existentes y atacarlos de manera frontal. Seguramente que sus propios compromisos con oscuros financistas impide que puedan referirse al asunto crucial que es, precisamente, el financiamiento de las campañas políticas que se constituye en el período en el que se negocian las condiciones en que se hará el saqueo de la cosa pública.

Ni que decir, por supuestos, de cuestiones como el uso de las frecuencias del Estado por particulares porque nadie quiere comprometer la posibilidad de recibir cobertura en medios. Todos bailan el mismo son porque dependen de los mismos financistas que al final de cuentas son los que mandan en el país por el peso específico de sus ayudas electorales.

Pero es ahora cuando la ciudadanía tendría que encontrar en sus líderes políticos una visión clara de reforma del Estado y como no hay ninguno que lo aborde y haga planteamientos coherentes, se confirma que hay un real y brutal divorcio entre la clase política y la población porque los que conforman los partidos no tienen en mente jamás la búsqueda del bien común y la atención de las reales necesidades de la gente.

Si en cualquier tiempo es una barbaridad la ausencia de propuesta seria de los candidatos, en estos momentos cruciales para el destino del país es inexplicable la falta de ideas y, más que eso, de compromisos efectivos para avanzar hacia la construcción de un nuevo orden político que sepulte de una vez por todas esa mancuerna de corrupción e impunidad que son el sello de nuestro sistema actual.

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