Roberto Lavalle

Como, mutatis mutandis, ocurre en el caso del Secretario General de la ONU, las únicas funciones que, en principio, el Secretario General de la OEA puede ejercer son las que le asigna o autoriza la Carta de la OEA, o las que, conforme a esa Carta, le encomiendan los otros órganos de la OEA.

Parece pues que ese funcionario internacional se excedió de sus atribuciones al dar, hace pocos días, audiencia al jefe de un partido político guatemalteco, Manuel Baldizón.

Es cierto que en resolución adoptada el 15 de junio del año en curso, la Asamblea General de la OEA, entre otras injerencias en la crisis política que aqueja a Guatemala, hizo “un llamado” a los “actores políticos” guatemaltecos a promover el fortalecimiento de la democracia en el país.

Pero no parece posible interpretar ésta o alguna otra disposición de dicha resolución como base para que el Secretario General de la OEA dé audiencia a representantes de partidos políticos guatemaltecos, lo que implica entrometerse en la vida política del país.

Como lo indica una publicación de la ONU, su Secretario General se ha considerado facultado para tomar acciones en el campo político sin que ni la Carta ni algún otro órgano de la ONU lo faculte expresamente para ello. Pero, como también se indica en esa publicación, dicho Secretario General ha estimado que para ejercer tales poderes, implícitos en su cargo, debe contar con el consentimiento de los gobiernos concernidos y actuar imparcialmente.

Talvez pueda considerarse que el Secretario General de la OEA también goza de tales poderes implícitos. Pero, si ese es el caso, debería asimismo ejercerlos con el consentimiento de los gobiernos interesados y de manera imparcial.

Según parece, en su visita al Secretario General de la OEA, el señor Baldizón se permitió criticar a la CICIG, o, lo que es escandaloso, a su jefe. Si eso sucedió, se pensaría, con base en lo que anda diciendo Baldizón, que el Secretario General no reaccionó de manera atinada: al no más comenzar Baldizón a formular observaciones negativas sobre la CICIG, el Secretario General debería haberle impuesto silencio (o pedirle que se fuera). ¡Cómo va el más alto funcionario de la OEA a permitirle a un simple político criticar en su cara y, aparentemente, en un contexto oficial, lo que hacen un organismo y agentes de la ONU!

Cabe notar que, al recibir a Baldizón, el Secretario General de la OEA parece haber manifestado parcialidad a favor de Lider. Para desvanecer esa impresión ¡este funcionario debería anunciar su disposición a dar audiencia a cualquier otro jefe de partido político guatemalteco!

Conviene agregar que, de haberse realizado la entrevista entre el Secretario General y Baldizón sin el consentimiento del Gobierno de Guatemala (lo que pienso ha de haber sido el caso), éste debería protestar contra la actuación del Secretario General.

Artículo anteriorMil novecientos ochenta y dos
Artículo siguienteLas atípicas elecciones (II)