Alfonso Mata

¿En que se basa un Estado de derecho? En una voluntad de diálogo y cumplimiento derivado de ese diálogo. Y ¿qué pasa cuando se rompe el cumplimiento sistemáticamente de lo acordado? ¿Puede hablarse de un Estado de derecho cuando la libertad y la igualdad de los derechos se rompen como es nuestro caso? Libertad solo puede tener el que puede escoger: educación, trabajo, dónde y cómo vivir. Igualdad cuando todos cumplen con lo que indica la ley.

Qué sucede cuando la ley me prohíbe matar a alguien y este alguien lleva ya diez cadáveres enfrente de mí, lo dejo seguir. La ley se vuelve un absurdo, pierde su legitimidad cuando los responsables de la misma incumplen, cuando se ve por doquier brechas de ingresos, de aplicación de la justicia, de oportunidades y acceso y un mal uso de los bienes públicos. Sólo un jurisconsulto académico puede hablar de Estado de derecho ante eso. ¿Cómo se puede construir un país si finalmente el afectado, el que es motivo de gobernabilidad no lo protegen los guardianes de las normas? Esperar a que haya más caídos. Cómo se atreven los jurisconsultos a pedir que sigamos bebiendo la cicuta hasta el hartazgo y lo más increíble, nos plantean como solución seguir viviendo el problema, mantener su causa, en aras del Estado de derecho, existente sólo en escritos e inexistente en la realidad. Cómo puede hablarse de Estado de derecho, cuando hay ciudadanos de primera segunda y tercera categoría. Definitivamente, no podemos conceptualizar y actuar bajo esas circunstancias sin cambio de paradigma (modelo o patrón) ridículo tratar de sacar algo diferente haciendo y teniendo lo mismo. Un pueblo que acepte eso, está loco.

Si alguien sabe cuáles son las condiciones de vida que sostienen esa brecha, esas limitaciones y condiciones buenas para algunos y malas para otros, no hay más salida que cambiar esas condiciones y eso no se logra a través de las elecciones, porque tampoco existe en el sistema, la elección sino la selección de entre ensimismados. No venimos a vivir leyes, venimos a vivir la vida. Esa es la gran confusión que tenemos porque los incumplimientos de las autoridades, sostienen la situación y eso no tiene que ver con las elecciones sino con acciones para cerrar las brechas del bienestar.

El problema no es de inteligencias, sino de historias distintas, gustos diferentes, deseos diferentes y hemos llegado a ser diferentes en lo que perseguimos políticos y población y en para qué usamos esa inteligencia, pero, lo que todos somos iguales y todos queremos, se llama DIGNIDAD y eso el latrocinio, la injusticia lo impide, al igual que las grandes diferencias sociales y económicas. Necesitamos espacio en que nuestro vivir sea respetado y digno y tenemos de partida, en este momento, encasillada esa posibilidad.

Un regalo maravilloso que la naturaleza nos dio, y la evolución del cerebro nos dotó, es que no tenemos todos que hacer lo mismo de la misma manera. El absolutismo dogmático científico lleva a grandes errores. El absolutismo jurídico cuando se rompen las reglas de juego por uno de los contendientes, se traduce en las peores tiranías, crímenes y latrocinios.

Las distintas formas de hacer las cosas son respetables, cuando no son discriminantes y no son discriminantes, cuando se hacen dentro del campo de la democracia y sin muertes y con costos sociales y económicos menores que el daño que se tiene. Un gobierno de transición es una posibilidad de eso. Eso afecta un mandato pero no a una sociedad. Lo humano está sobre la norma.

Ante la situación en que vivimos, no queda más que abrir espacios y eso es un mandato constitucional permitido a todo pueblo y nación cuando el mandato político, la voluntad política deja de asumir obligaciones, pasa sobre la ley y las dos partes dejan de ser iguales. En este momento, los funcionarios públicos, se han vuelto ensimismados en su decir y hacer. Sólo cuando las personas son iguales en dignidad, derechos y obligaciones, se puede hablar de legitimidad. Solo entre legítimos se puede llegar a visiones compartidas y Estado de derecho. Acabar con algo significa que uno tiene que estar dispuesto a desprenderse de otra cosa. Si yo quiero acabar con la corrupción, yo tengo que estar dispuesto a acabar con aquello que mantiene la discriminación. El problema es terminar con las ilegitimidades y eso lo hacen las personas no las leyes. Debemos ir sobre las personas y las malas leyes.

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