Oscar Clemente Marroquín
ocmarroq@lahora.com.gt

Hace unas semanas abundaban las opiniones de gente que decía que ante la presión popular el Congreso aprobaría sin chistar las reformas a las leyes políticas y los diplomáticos acreditados en el país confiaban en que sería un proceso relativamente sencillo el de acomodar las reglas de juego. Hoy, cuando estamos a poco de las elecciones y se ha demostrado que el Congreso no hará nada que valga la pena, en Washington se escuchan opiniones en el sentido de que tras las elecciones todo va a cambiar porque esa misma presión popular va a forzar al nuevo gobierno a actuar correctamente.

Alguien me decía que el futuro gobierno se verá tan condicionado por la actitud de la ciudadanía que tendrá que ser un buen gobierno y que por ello valía la pena concretar el proceso de elecciones. Yo sostengo que esa visión constituye otro gran engaño, tan burdo como el que se tragaron los que confiaron en que pondrían de rodillas a los diputados para que les aprobaran las iniciativas de reforma elaboradas por sectores de la sociedad civil.

El próximo gobierno dispondrá de los mismos mecanismos que tiene el sistema para defenderse y evitar sobresaltos, pero además gozará, aunque sea al principio de su gestión, de un margen de maniobra que le dará la “legitimidad” obtenida en las urnas y lo mismo ha de pasar con el nuevo Congreso, que se verá fortalecido por los muchos o pocos votos que hayan obtenido en el día de las elecciones para apuntalar su posición.

Cuando uno habla con quienes desde afuera ven el problema de Guatemala entiende que ellos no tienen la menor idea de cómo es que se cocinó ese sistema actual y la forma en que se fue perfeccionando hasta disponer de una impenetrable cobertura que le otorga el cacareado Estado de Derecho basado en un Orden Constitucional que se volvió espurio cuando el sistema fue puesto al servicio exclusivo de la corrupción y la impunidad. No entienden que en Guatemala se manoseó de tal forma el concepto de la legalidad que ha servido para asegurar que en el país nada cambie y que si ahora, con un gobierno debilitado por los escándalos de corrupción, los ciudadanos no pudimos hacer absolutamente nada más que protestar estérilmente, menos vamos a poder hacer algo cuando asuma el nuevo gobierno.

He escuchado que si el próximo gobierno falla, será inevitable provocar un cambio profundo y radical. No veo la razón de otorgarles el beneficio de la duda a nuestros políticos porque la falla es del sistema y está más que demostrada su perversidad. El cambio absoluto y radical es para ya, no para mañana. Sobre todo porque en estos días hemos visto cómo se usó el tiempo a favor del sistema, diluyendo la resistencia popular en medio de ese palanganeo sobre las reformas que supuestamente haría el Congreso.

Lo que no entienden es que tanto va el cántaro al agua que al fin se rompe. Que el guatemalteco es pacífico y aguantador, pero la historia demuestra que cuando rebalsa el vaso puede ser una fiera y eso significa que lo que se pudo lograr sin violencias, a lo mejor llega en medio de una explosión social.

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