Luis Enrique Pérez
Hace algunos años varios diputados del Parlamento Federal de Alemania visitaron nuestro país. Recuerdo que ellos dijeron que, si les preguntaban en dónde estaba el paraíso, contestarían que estaba en Guatemala. Probablemente los diputados alemanes aludían a las riquezas naturales que posee Guatemala y, en particular, sus paisajes realmente fantásticos. A estos paisajes debo yo algunos de los más gratos momentos de mi vida.
Sospecho que, cuando los diputados alemanes dijeron que en Guatemala estaba el paraíso, abstraían la pobreza de la mayoría de los habitantes de nuestro bellísimo territorio. Y precisamente uno de los propósitos de la visita de los diputados alemanes era evaluar posibilidades de incrementar la cooperación de Alemania para contribuir al progreso de nuestro país. Sin duda, los diputados alemanes tenían excelentes intenciones. En verdad, ¿quién no tiene buenas intenciones? Si hubiese un concurso mundial para premiar a quien tiene las mejores intenciones, probablemente no habría un ganador, porque sería imposible que alguno de los concursantes tuviera una mejor intención que los otros.
La mejor ayuda que los países muy desarrollados, como Alemania, pueden brindarle a un país como Guatemala, es eliminar los obstáculos a las importaciones de productos guatemaltecos. Eliminar esos obstáculos, ya consistan en barreras arancelarias, ya en barreras no arancelarias, ya en barreras de cualquier otro género, que impiden la libre importación de productos guatemaltecos a los ricos mercados europeos, permitiría que mejorara la calidad de vida de cientos de miles de ciudadanos, entre ellos pobres y hasta pobrísimos habitantes de regiones rurales de nuestro país. Si así fuese, en una futura visita a Guatemala los diputados alemanes, o los de cualquier otro rico país europeo, podrían contemplar, no solo un impresionante paraíso natural, sino también un impresionante progreso humano o una notable reducción de la pobreza.
La ayuda que los países ricos, como Alemania, le brindan a Guatemala, consiste, por ejemplo, en donación de dinero, en regalar modernos equipos para el gobierno, o en prestar dinero con una baja tasa de interés. Empero, con semejantes dádivas, con tan piadosas donaciones, con tan generosos préstamos, tal ayuda contribuye, no a que Guatemala ya no sea un país pobre, sino a que soporte más cómodamente su pobreza. No quiero decir que nuestro país debe renunciar a la ayuda que le brindan los países ricos. Quiero decir que convertir a nuestro país en mendigo no es el mejor recurso para ayudarlo. Quiero decir que los países ricos podrían ayudar a nuestro país de una manera mucho más eficaz, que consiste en el libre comercio.
La libre importación beneficiaría a los países pobres, como Guatemala, y a los países ricos, como Alemania. Beneficiaría a los países pobres porque dispondrían de una mayor cantidad de compradores de sus productos en el mercado internacional. Beneficiaría a los países ricos porque los ciudadanos de estos países podrían elegir entre un mayor número de opciones de productos. Empero, generalmente se prohíbe la libre importación, o se prohíbe la libre exportación. En general, se prohíbe el libre intercambio.
Por supuesto, se celebran tratados llamados “tratados de libre comercio “o acuerdos de asociación económica”. Empero, realmente no son tratados o acuerdos sobre libre comercio, o libre intercambio de mercancías por medio de la exportación o la importación. Son tratados o acuerdos en los cuales se conviene en restricciones oficiales sobre el comercio entre naciones, por medio, por ejemplo, de aranceles, o cuotas de importación. Esos tratados o acuerdos son realmente una ficción de libre comercio.
Post scriptum. Adviértase que la Organización Mundial de Comercio no se denomina “Organización Mundial de Libre Comercio”; y sustituyó a una institución denominada “Acuerdo General sobre Aranceles Aduaneros y Comercio”, y no “Acuerdo General sobre Eliminación de Aranceles Aduaneros y Libre Comercio.”