Estuardo Gamalero

«Una de las pruebas del liderazgo es la capacidad de reconocer un problema antes que sea una emergencia», Arnold H. Glasow

Una de mis mayores preocupaciones en estos “tiempos de pesadillas”, es que no veo “Líderes” conscientes del problema del país que tenemos, y lejos de brindar soluciones y prevenir la «emergencia 2016», percibo en el ambiente la clásica actitud del Déspota Politiquero: “no trabajo, finjo demencia y si no funciona entierro la cabeza como el avestruz”.

Según José M. Ramírez H., el caciquismo es: “una forma distorsionada de gobierno, donde un líder político tiene el dominio de una sociedad, expresada como un clientelismo político”.

El término Cacique viene desde tiempos coloniales y se empleaba para designar a las autoridades políticas indígenas. En la actualidad, entendemos por «Cacique»: aquel que ejerce el poder y tiene la autoridad. Existen caciques legítimos reconocidos como tal por sus propias comunidades. El problema es cuando el Cacique sustenta su jerarquía y estructura de mando por encima de la ley. Lo anterior es lo que conocemos como caciquismo o cacicazgo.

El caciquismo es un asesino en serie de la democracia. No discrimina sectores y afecta todos los ámbitos de la sociedad. Funciona en el mundo estatal, opera en el modelo económico, actúa en el ámbito sindical, se entromete en los colegios profesionales y federaciones, se incrusta en organizaciones sociales y por supuesto, se funda en las organizaciones políticas.

En el ámbito político, los caciques buscan el control del voto de sus “clientes” y de allí, la estrecha relación entre caciquismo y clientelismo. Podemos decir que el clientelismo no es más que una consecuencia del actuar del Cacique. Los caciques se reservan la negociación de cuotas de poder con los políticos influyentes, pretenden ser la imagen de su comunidad, del partido e incluso llegan a creer que también son la base del mismo. Las democracias que se fundan en estructuras clientelares, son formas de gobierno autoritarias y disfrazadas de populismo: son democracias de papel.

El caciquismo atenta en contra del pilar fundamental de la Democracia Representativa: participar, incidir y hacerse personificar efectiva y legítimamente. Además, impiden la inclusión de ideas frescas y la apertura de nuevas personas. Los malos líderes confunden (a conveniencia) el radicalismo de sus posturas, con los intereses reales de los demás.

Tres buenos ejemplos (recientes y frescos) de lo anterior son: 1. Los cacicazgos que altos funcionarios y dignatarios de Estado ejercieron sobre su gabinete y que incluso abarcaron a los diputados de su bancada; 2. El cacicazgo de los altos líderes del sindicalismo público, quienes repelen la democratización de los órganos directivos de las organizaciones, abusando de los recursos nacionales a través de prebendas y tergiversando para fines personales las garantías constitucionales y del derecho laboral; 3. El cacicazgo de los «dueños» de los partidos políticos que manejan éstos como si fuesen empresas y con la lógica de un accionista (en un negocio privado): abstrayéndose del sentir y la voluntad de los ciudadanos que dan vida a las propias organizaciones.

El caciquismo es arbitrario y ególatra: «la ley dice y significa lo que al Cacique le convenga». Para el Cacique, la ley es Él mismo y cuando no le conviene, la modifica a su propia conveniencia.

Evidentemente, Guatemala es un país con altos niveles de caciquismo político (e incluso social), el cual se materializa con la reelección ilimitada y desmedida de diputados y alcaldes. Ese modelo de reelección ha perturbado la transparencia del sector público y se nutre con la asignación arbitraria de obras, licitaciones, favores, negocios y protecciones.

El caciquismo compra voluntades, apoyo y simpatías con obsequios materiales que van desde simples láminas y bolsas de víveres (en época preelectoral) hasta carros, fincas, caballos, joyas, viajes y dinero.

Somos testigos que los cacicazgos chapines favorecen a los “amigos y aliados” y buscan destrozar a los opositores y a quienes consideran “enemigos”. Difícilmente encontraremos casos de caciquismo sin violencia directa para los opositores de los Caciques. El caciquismo es impensable, sin violencia directa para aquellos que denuncian y pretenden fiscalizar al déspota.

Asimismo, aparecen prebendas tales como: brindar plazas de trabajo a los aliados y garantizarles seguridad jurídica y protección física en sus personas y negocios.

La mejor forma para romper los cacicazgos es velar porque la ley se respete, y por supuesto anticipando o auditando los asuntos públicos.

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