Eduardo Blandón

Menos mal que en medio de la crisis que vivimos que, como muchos sabemos, no es nueva ni la ha inventado el Partido Patriota (de originales, nada), hay personas cuyas acciones son muestras claras de heroicidad, valentía, constancia, claridad de mente y convicciones.   Son ellos quienes avivan la esperanza y nos hacen pensar que no todo está perdido.

Me refiero, por ejemplo, a los activistas que constantemente señalan las falencias del sistema, pero más allá de eso, actúan, van a la plaza pública, gritan frente al Congreso y se organizan para proponer nuevos senderos.  Son ciudadanos a carta cabal, ellos sí patriotas, soñadores ambiciosos, buscadores de utopías.

En las antípodas están algunos mañosos sindicalistas que se asocian al poder para beneficio propio. Manipuladores y pícaros, sobrevivientes en razón de un discurso hueco que aún surte efecto por las promesas que esconden las palabras.  Esas organizaciones (las vividoras, no todas) están al nivel de los grupos oligarcas que critican.  En verdad, son para el país, estructuras nefastas y dañinas.

La suerte del país está en manos de todos, pero particularmente de quienes tratan de incidir en las políticas públicas en el corazón del Estado.  No debemos dejarlos solos.  No basta un reconocimiento público (a través de un artículo de prensa, por ejemplo) o la conciencia de que “con mi trabajo hago posible un mundo diferente”.  Debemos ir más allá.  Dejar la poltronería y hacer siempre algo más.

No basta rezar, como decía la canción de antaño, ni protestar cómodamente a través de una aplicación de Twitter o Facebook.   Eso está bien y hay que seguir haciéndolo, pero hay que superarlo.  Usted sabe cómo.  Hay que dejar la pereza de los días y el estrés de las horas para construir un país mejor.  Despierte que los ladrones andan sueltos.
 

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