Eduardo Blandón
Es terrible navegar en las circunstancias actuales sabiendo la magnitud de la tormenta y la fragilidad de nuestra embarcación. Nos hundimos y apenas hay esperanza. Cuando finalmente nos unimos para sobreponernos, la situación se vuelve más tempestuosa. Pocos auxilios por parte de quienes tienen posibilidades.
Fritos por una Corte Suprema de Justicia veleidosa. Gobernada por personas de poco crédito. Veteranos volubles y permeables. Margaritas, de sensibilidad enfermiza. Se les pide lo que deben y se enervan, reclaman intromisión, respeto, autonomía. Como si no se supiera los intereses con que toman partido.
Horrorizados por un candidato que protege a delincuentes. Rodeado por líderes bandoleros. A veces también por empresarios y ciudadanos de “camisa blanca”. Según ellos con ideales, pero muy interesados en los negocios que pueden realizar desde el gobierno. Pseudo religiosos, algunos, violentos, fanáticos e intolerantes, los más.
Nos hundimos por un Congreso que hace aguas. Holgazanes para quien lo único que cuenta son los negocios, el pago seguro del salario. Payasos, brutos, incapaces de legislar y con escasa habilidad hasta para hablar. Ejemplo de ello, el más paradigmático, es el Presidente de ese organismo del Estado. La más grande vergüenza (o una de las más grande) del Legislativo.
Con todo, tenemos esperanza. La ilusión de que finalmente les llegue el turno a los políticos de turno y la cárcel los alcance. Esa es la razón por la que todavía tiene sentido las protestas. El desgaste semanal de proponer, escribir y lamentarse. Orar y hasta disgustarse. Quien quita y en Guatemala ocurra un milagro.