María José Cabrera Cifuentes
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El tiempo vuela y las elecciones generales están cada vez más cerca. El panorama pareciera ser a cada momento más incierto pues los guatemaltecos estamos acostumbrados a tener una visión bastante clara de lo que sucederá en las urnas cada cuatro años. En esta ocasión nos sentimos desconcertados porque cualquier cosa podría pasar. Se tiene poca certeza acerca de quién será nuestro próximo gobernante e incluso de las condiciones que estarán vigentes para su llegada al poder.

Con la exigencia popular de la aprobación de las reformas a la Ley Electoral y de Partidos Políticos al lado de otros sucesos peculiares que se han venido suscitando desde la convocatoria a las elecciones, ha surgido una nube de incertidumbre alrededor de los comicios que, se espera, serán el 6 de septiembre.

Esta fecha, a pesar de que el Tribunal Supremo Electoral ha dado un rotundo no, puede estar sujeta a algún cambio debido al clamor popular el cual, en este sentido específico, encuentro hasta cierto punto sin sentido. Continúo sin entender qué diferencia representa para el sistema electoral atrasar el proceso por unos cuantos meses si a fin de cuentas sabemos que los rostros y padrinazgos seguirán siendo los mismos.

A estas alturas, incluso, algunas de las candidaturas más importantes y que se daban por sentadas, están en duda y el Tribunal Supremo Electoral se ha dado a la tarea de ser quizá un poco más cuidadosos con los candidatos a quienes se inscribió. Sin embargo, no considero que este esfuerzo haya sido imparcial debido a la selectividad que se ha visto al rechazar candidaturas, tomando en cuenta a la totalidad de personajes cuya honorabilidad es en muchos sentidos cuestionable y que no obstante obtuvieron su respectiva acreditación. Algunos otros, entre los que se cuentan quizá unos de los más polémicos, fueron juzgados de forma más dura y bajo criterios distintos quedando, hasta el momento, fuera de la contienda.

Han bajado candidatos fuertes y aparecido opciones sorpresa que podrían agenciarse del favor de las masas y contrario a lo que todos pensábamos cuando vimos sus rostros por primera vez, representan una creciente posibilidad de convertirse en nuestros próximos gobernantes.

Y al final del día no sabemos cuáles serán las fisionomías que estarán en las papeletas que en suma serán las que decidirán nuestro miserable destino por los siguientes cuatro años. Sean cuales fueren, entre payasos, carniceros, energúmenos, superhéroes, entre otros bichos extraños, el dilema cada vez es mayor y el miedo a entregar mi porción de soberanía a alguno de estos constantemente más intenso.

Sea cual fuere el caso y en referencia a las demandas surgidas recientemente, debo recalcar que el apego a la institucionalidad es una cuestión que jamás debería ser puesta en tela de duda y a la que los guatemaltecos debemos defender sin importar el caso. La preocupación es generalizada pero debe encauzarse en presionar al próximo gobierno para que se hagan los cambios necesarios siguiendo un debido proceso. Nos dormimos por tanto tiempo que para intentar despertar antes del 6 de septiembre ya es demasiado tarde.

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