Francisco Cáceres Barrios
fracaceres@lahora.com.gt

Si usted le ordena a su hija menor de edad que vaya al cine con una persona adulta que acaba de conocer, ella podrá complacerlo en señal de obediencia pero, ¿podrá ir ella con la plena confianza y credibilidad de que está haciendo lo correcto? Disculpen los lectores si utilizo este simple ejemplo, pero no hay nada como la sencillez para ilustrar que hasta para hacer algo muy sencillo, los seres humanos requerimos de plena certeza para llevarlo a cabo, no digamos cuando se trata de ejercer un derecho que la Constitución nos otorga desde que cumplimos la mayoría de edad. De ahí que la confianza resulta una forzosa necesidad cuando se trata de ejercer nuestros derechos. ¿O usted, a pesar de su mayoría de edad, no tiene grabada en su memoria la primera vez que fue a obtener el documento que le permitía ejercerlo y más todavía cuando lo hizo realidad?

Traigo a colación lo anterior después de haber leído la información periodística que nos advierte que a pesar que la lógica, las leyes y el más elemental raciocinio nos dicta que para optar a un cargo público es forzosamente necesario contar con la indispensable capacidad, idoneidad y la honradez para ejercerlo, existen hoy en día en Guatemala instituciones de la justicia que le ordenan al Tribunal «Supremo» Electoral inscribir a candidatos sin llenar dichos elementales requisitos. Algo totalmente contrario a la lógica y al buen entendimiento. Pero así están las cosas en Guatemala. A ese punto hemos llegado. En esta triste y deplorable condición nos ha colocado tanto politiquero que llevan rato de estar manoseando las disposiciones legales, hasta llegar a institucionalizar la corrupción hasta en el proceso electoral que debiera ser cristalino y confiable con absoluta certeza.

Me lo podrán decir en cuanto idioma se les antoje pero ante tales evidencias, ninguno me ha podido convencer de ir a ejercer mi voto en las próximas elecciones, peor todavía cuando veo que los registros oficiales llegaron hasta 22 mil 400 inscripciones, dentro de las cuales se incluyen a muchísimos señalados por el Ministerio Público, la CICIG, la Contraloría General de Cuentas, etc. de tener una o más manchas en su expediente, lo que me ha llevado a convencer de no querer ser coparticipe de un sistema podrido de principio a final. No, no es falta de civismo, ni de cultura democrática. Es tan solo respetar los valores y principios más elementales que mis ancestros, mis maestros y mis forjadores me inculcaron en el hogar, en la escuela, en la universidad y en los lugares en que he trabajado aplicando la tripleta de capacidad, idoneidad y honradez.

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